Venecia live

Venecia live
Observo una imagen de cámara en vivo situada frente al puente delle Guglie, en Venecia. Días atrás la misma imagen se veía carente de transeúntes, pero hoy en varios momentos de la jornada se ve a los venecianos cruzar el puente sobre el canal  o internarse en el soportego que conduce al guetto nuovo.
Parece que la ciudad se resiste a conformarse a la presente realidad desoladora. La circunstancia de España es dolorosa, pero la de Italia, me conmueve. En ciudades como Bérgamo la mortandad llega a consternar aún a los más optimistas. Desde mi último viaje a Italia, el país se ha visto azotado por calamidades y terremotos, y como para acabar de rematarlo, la pandemia. En un mundo global hasta la enfermedad se globaliza, una enfermedad que no entiende de tirios y troyanos, de chinos o americanos. La bendición urbi et orbi del papa, con indulgencia plenaria incluida, frente a una plaza de San Pedro sin alma alguna congregada es terriblemente significativa. Por una vez desde hace décadas o siglos al hombre no le queda más remedio que elevarse en oración a Dios, pues solo su misericordia podrá librarnos de esta catástrofe global. Al ver hoy la imagen de Venecia, tan próxima al epicentro donde campea el más temible jinete apocalíptico, se ha renovado en mí cierta esperanza de que nada debemos temer si tenemos a Dios de nuestro lado.

Coronavirus

Coronavirus
La sociedad del bienestar se ha derrumbado como un castillo de naipes. Ha bastado un microorganismo para dar al traste con toda la parafernalia global. ¿No se ha podido prever?
Pedro Sánchez nos lanza la carnaza de una guerra declarada. Lo que menos me esperaba, cumplidos  los 63 es la eventualidad de una confrontación bélica. En este caso la sirena por bombardeo suena las 24 horas del día. Sí uno sigue el canal de noticias, escucha las cornetas precursoras del apocalipsis.
 ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están en estos momentos la CIA y el Mosad? Se las han dado como a un pardillo. Por eso cuesta un tanto asimilar esta crisis. A un mundo al que no se le escapan las pruebas clandestinas atómicas de Irán, se le cuela una futilidad vírica capaz de diezmar más que el plutonio la superpoblación mundial. La verdad es que no me esperaba tener que enfundarme de nuevo el traje de combate, embetunarme las botas, y lanzarme disciplinadamente a combatir a un enemigo invisible. Salgo de casa con la mascarilla puesta, evito el contacto con cualquier superficie que me pueda contaminar. Estoy a un palmo de que la paranoia pida cita en la consulta del psiquiatra. Porque esta pandemia global es inédita en la historia de la humanidad. Que estas cosas pasaran en la edad media era concebible en los cráneos medievales. Pero en el siglo XXI, el super tecnológico, el global, el superpatético. Vaya 20 años de calamidades, de guerras, de atrocidades, y, ahora, pandemias. Elegimos a nuestras autoridades para gozar de una vida segura, para que no nos sorprenda el día con el culo al aire;  y sin embargo, se nos despierta con lo inesperado, lo insólito. Después de una vida de sacrificios, nos llega como postre el dedal de una heroica supervivencia. Asumo mis responsabilidades cívicas,  pero ¿ no habrá detrás de todo esto las truculencias de un Doctor No, de las corporaciones Drac, de los Iluminati, de un Soros que expliquen semejante desaguisado? ¿O tal vez solo sea que el destino, la naturaleza, urde sus pequeñas venganzas?

Señor, gracias

Señor, gracias
Señor, gracias, porque me concedes
el alba y el crepúsculo,
porque aderezas mi mesa
con el pan cotidiano,
porque me vistes y allanas
las sendas para mi calzado.
Gracias, por la vida,
que pese a la adversidad
 has colmado de paz y de delicias.
Gracias, Señor, por los sentidos,
ventanas de cuanto Tú creaste.
Por los ojos, que me revelaron
las maravillas del ancho mundo.
Por los oídos, con los que percibo
la música y el lenguaje.
Por el gusto, con el que me deleito
con los manjares, y el olfato
que se complace en los aromas.
Gracias por el tacto, estremecido
con el abrazo, triunfante de la soledad.
Gracias, porque frente a la tribulación
me concediste el deleite,
frente a la culpa, el perdón.
frente a la desesperanza, el amor.
Y gracias, Señor, por la palabra
con la que me rescatas de la desolación,
me reconcilias con mi hermano,
y reavivas en mi pecho la emoción

CRUZ

CRUZ
                                    A
                                    Y
                                    U
                                    D
                                    A
                                    A
                                    L
              JESUCRIST O SALVADOR                      
                                    S
                                    H
                                    O
                                    M
                                    B
                                    R
                                    E
                                    S
                                    E
                                    N
                                    E
                                    S
                                    T
                                    A
                                    H
                                    O
                                    R
                                    A
                           

Está vacía Venecia

Está vacía Venecia
Está vacía Venecia.
La ciudad del universo.
Su viejo corazón
por multitudes amado,
padece como la princesa
cuyo príncipe le negó el amor.
Siempre hay una peste, Venecia,
que castiga tu organismo vulnerable.
No es nueva en ti tal desolación;
la conmemoran los fastos del Longenna
a la entrada de tu Gran Canal.
Prorrumpan las plegarias
que remedien tu luto,
que quede atrás el óbito del último Ashembach.
En la gloria de tus cúpulas
se celebre el firmamento
cuyo zoodíaco señale
que la pandemia quedó atrás.
Redoblen las campanas de tus iglesias:
San Marco, I Frari, La Salute, Il Redentor,
celebren el milagro de la sanidad.
Roguemos a los Cristos que tus pináculos coronan,
a las santas Madonnas
y a los santos que medien el perdón.
Que los días conozcan de nuevo tu alegría,
que de nuevo tu plaza rebose en multitud
y los moros resuenen mediodía en el reloj.
Derrame San Marco su celeste protección,
porque de nuevo quiero hollar tus calles
y sentir de nuevo esa melancolía
por la perla que fuiste de la civilización.
Esto es un canto y una oración.


Camino de katmandú

No sé si hoy día emprender un largo viaje a un país de oriente tiene algún objeto. Durante los 60 y  70 tal periplo se hacía esencial. Se buscaba en Katmandú lo que no podíamos encontrar en el prosaísmo de nuestro barrio. Sin embargo, se abordaba tal aventura con el objetivo de desentrañar ese último repliegue que esconde la indiferencia cotidiana. Se trataba de encontrar el tercer pie del gato, el sentido de una vivencia que rescatara a la vida de su sinsentido. Sartre y Camús habían succionado cualquier savia de motivación para nuestras vidas, cual sedientos vampiros. Desbastaron toda creencia de nuestro espíritu. Habían enterrado a Dios tras el deicidio nietzscheano. Nos legaban la ética del jesuitismo y el luto de los chansoniers franceses. No sabemos si la primera persona de El extranjero admite la crítica. Mas bien nos invita a regodearnos con Marseault y su criminalidad indiferente. Nos dejaron tan en la estacada, que se nos invitaba a contestar lo establecido, barbero incluido, y echarse on the road, hasta alcanzar las estribaciones del Himalaya. Cuando uno renuncia a los valores positivos se entrega a la abyección. Se hicieron propios el hedonismo y la droga. Pero detrás de todo estaba el sexo libre. Se desconocía que la bendición se encuentra en la mujer inhibida, en aquello por lo que celaba el honor de nuestros tatarabuelos. Lo demás es dar satisfacción a efímeros pasatiempos sensuales, y ya nos contó Mann que a través de la sensualidad solo se alcanza el descarrío. Hesse, hijo también del siglo, apostó por la carta de oriente. Ello dio algún contenido a la menesterosa mochila del Hippie y encaminó sus pasos hasta las aguas purificadoras del Ganges y las cumbres invioladas de Sangri-la. Pero de allí se regresó con las manos en los mismos bolsillos con que se había marchado, y el mundo siguió rotando y rodando. Solo restaron los fines de semana de coca y burdel. Y aquí asoma de nuevo Camus invitando al pistoletazo, no ya sobre el moro, sino sobre uno mismo. Para esto podríamos habernos quedado en Bhutan.