Confieso que Benito Pérez Galdós no ha sido uno de mis escritores más frecuentados. Quizá ello resida en la sencillez de su prosa, apta para el lector común y lejos de toda pretensión estilística. Contando con que esa conseguida amenidad no constituya a su vez un estilo. De todo ello no tiene poca culpa el juicio de Valle Inclán sobre el escritor canario, a quien motejó como "Benito el garbancero". Tal crítica acaso no esté exenta de la cierta pedantería modernista que no escatimaba don Ramón.
Entre las últimas lecturas que abordé de Galdós se encuentra una de sus novelas más celebradas, Fortunata y Jacinta. Llevado por la creencia de que en ella me empaparía del magisterio galdosiano, quise que tan voluminosa obra se sumara al índice de mis queridos clásicos. Novelas no menos prolíficas como Los miserables, Anna Karenina, La Regenta, Los demonios, La montaña mágica, etc... había devorado sin problemas y con gran provecho. Comencé aplicado, pues, con la tan celebrada de Galdós, asimilando las descripciones preliminares y la presentación de sus personajes; pero he de admitir que la copiosa cháchara del castizo Madrid de sus primeros capítulos llegó a agotarme, y tuve que posponer la lectura para más adelante, para cuando me encuentre con mayores fuerzas y sin el prejuicio estético sobre el casticismo costumbrista galdosiano.
Da la circunstancia que una de las novelas que más disfruté en la adolescencia, durante mi arranque como lector, fue Trafalgar. Aquella era una novela redonda, en la que el narrador hacía bien pronto migas con el lector, hasta hacer creíble y protagonizar uno de los mayores acontecimientos de nuestra historia, y aun de la historia de Europa a principios del diecinueve. Viví aquellos momentos como un alter ego del niño protagonista, asistiendo desde lugar preferente a aquel gran drama naval, bañado de mar, sangre y heroísmo. De ello entresaco que tal vez el Galdós de los Episodios nacionales no sea tan dicharacho como el de su novela romántico costumbrista.
Cierto, no pude con Fortunata y Jacinta, pero me ha complacido su acierto narrativo en una novelita acaso menos ambiciosa, pero llena de virtudes: Tristana. Tuve que suspender momentáneamente la lectura cuando los tres galenos se apresuran a amputarle la pierna a la protagonista. Galdós hace, con sutil maestría narrativa, que tal momento no se pueda sufrir. Por otro lado, es magnifica la descripción sicológica de los personajes, a los que con mano maestra hace palpitar. Quizá, si he podido dar fin a Tristana, más tarde pueda hacer lo mismo con Fortunata y Jacinta.
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