El Predicador

 Es cerca de la medianoche.

Desde la oscuridad se escuchan los pasos del tiempo,

con cuyo eco nos abruman los viejos espectros.

Parece hora de hacer balance.

Voy para la vejez,

edad en que se cuestionan todas las certidumbres.

No puedo ver sin ironía los afanes de la juventud,

indiferentes a la efimeridad de lo limitado,

y que consideran la muerte como una importuna visita

que acaso se demore en la longitud de las sendas.

Sólo el tiempo abre los ojos,

sólo el necio persiste en sus denuedos y furias.

Lamento muchas vicisitudes biográficas,

pero ya se sabe que agua pasada no mueve molino;

lo hecho hecho está y es inamovible,

aunque lo notaremos en el peso de nuestros huesos hasta la tumba.

Los resquemores los dejaré atrás,

aunque parezcan no acabar de cicatrizar

y sus pesadumbres sigan contando en la balanza.

Porque de la justicia hay que reconocerse reo,

pues nunca podremos arrojar la primera piedra.

No hay libertad sin necesidad.

La realidad no se circunscribe a uno mismo.

Nos condiciona el cosmos. Aunque no lo acepte nuestro barro insolidario.

Nunca cesan por ello las asechanzas furibundas,

pues  la espada envenenada del enemigo  busca la herida.

La pasión ardorosa sólo ansía prevalecer.

No comprende la fragilidad humana. Es ciega,

como ciegas son las soberbias que nos impiden comprender.

Es ya la noche, y desde lo profundo de su misterio

se escucha el eco pesimista y resignado del Predicador:

Vanidad de vanidades. Todo lo que pueda conseguir el hombre es vanidad. Polvo en el polvo.

¿A qué la venganza? Si la única victoria es de Dios. Deplorar sólo el amor incumplido.


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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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