He leído la introducción del nuevo libro de Vargas Llosa sobre Galdós, La mirada quieta. Durante los primeros párrafos no he reconocido la prosa del Nobel peruanano. Me ha asaltado la duda, pues el escritor es ya octogenario, de que hubiera recurrido a asalariados para "implementar" el texto. Su comienzo me ha dejado, como usan los de Podemos, "ojiplático". La mención laudadoria a otro escritor contemporáneo, es el caso de Javier Cercas, verdaderamente no la esperaba. Y acabada la lectura de dicho prólogo ignoro a qué se debe la mención encomiástica de tal autor. Inserto que sólo sirve, a mi entender, para dar pie a los malpensantes sobre la realidad de cierto clientelismo prevaricador en nuestra literatura.
Para un admirador de la filigrana valleinclanesca, como yo, Benito Pérez Galdós no deja de ser el "garbancero". Vargas Llosa, en la panorámica general de su introducción, no consigue contradecir esta consideración. Para un teórico riguroso como él, imbuido del perfeccionismo flaubertiano, un autor provinciano como don Benito no logra disimular sus carencias. Pero es que en el diecinueve se escribía para entretener al lector (en aquella época acaso el único vehículo de evasión) y no para satisfacer a los críticos. Seguramente, don Benito se había quedado en Victor Hugo, y no entendía la pulcritudes de Flaubert, ni las modernas osadías de Proust o James. Galdós cietamente no era un innovador ni lo pretendía, se limitó a testimoniar la vida en derredor, que impactaba en su alma, del Madrid postromántico. Madrid de apogeos y desigualdades, de apariencias y desdenes. No hay escritor mas madrileño que Galdós, que no lo era; como tampoco lo fue Carlos Arniches. Quizá sea este costumbrismo lo que se nos hace más cuesta arriba en la lectura reciente del autor canario. Dejé colgada Fortunada y Jacinta, axfisiado por la letanías castizas madrileñas que abundan en sus primeros capítulos. Aunque no reniego en retomarla más adelante, tal vez este sea mi primer reparo, porque sólo tengo elogios para su genio narrativo en Trafalgar;y su talento balzaciano en la descripción del don Lope, en su novela breve Tristana. Brillantísimo me resulta el fresco de la depauperada vida en la capital, en Misericordia. Por este acercamiento a los menesterosos, se estimaba a don Benito como continuador de lo cervantino, pero es evidente que su novelística carece de la fecunda originalidad de Cervantes, de inagotable lectura.
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