Sí, las cosas están cambiando. El mundo ya no es potable. A la vuelta de la esquina seremos todos parias. Soñando con un viaje, sólo encuentro una oferta asequible en el peor hotel de Venecia. Antes la Serenísima no se hacia tanto de rogar, aceptaba ciertas componendas. Hoy para visitarla, una economía austera debe alojarse en Mestre. Si tal es el plan, prefiero no revisitar Venecia. De Venecia exijo ciertas complacencias, el confort de su decadencia. Desde Visconti, se la revive aristocráticamente. Quiero amanecer a la orilla de sus canales, con el graznido de las gaviotas madrugadoras. Si no se habita en su dédalo la estancia se vuelve excursión. Qué ingrato tener que coger un tren en Mestre todas las mañanas; pierdes de la ciudad su belleza matutina. ¿A quién enbaucaría Wagner para alojarse en el Danieli? La aspereza de un mal alojamiento desvirtúa la miel de sus deleites. Venecia hay que apurarla a fondo, con solvencia aristocrática como dije. No regatear el precio de la consumición en la terraza de los cafés de San Marco. Dejarse clavar por los desaprensivos restauradores a la hora de la comida. No digo ya utilizar los taxis, porque sin duda resulta más ameno el vaporetto. Hay que armonizar con las galas de sus palacios, soñar con sus leyendas, reblandecerse con la melancolía de su música, adormecerce al vaiven de la góndola con las primeras estrellas. Celebrar su Triunfo, su apoteosis en el arte.Venecia, de nuevo anhelo visitarte; ¡qué no se haga mucho de rogar La primitiva!
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