Si existe una película recomendable de Romanos, ésta es Espartaco. La dirigió, parece ser que por encargo, Stanley Kubrick, y el guión correspondía a Dalton Trumbo, represaliado durante la caza de brujas Mcarthysta. A éstas alturas resulta ingenuo reconocer que en el film se intenta trasmitir un discurso de izquierdas, recuerdo épico de la lucha por la libertad de las clases oprimidas, simbolizadas en ese esclavo convertido en gladiador que se rebeló contra Roma, el tracio Espartaco, exponente claro en el pedestal heroico de la Unión Soviética y otros regímenes populares.
La película, que se ajusta en cierta manera a la realidad histórica, se permite una licencia con uno de sus protagonistas fundamentales, el tribuno del partido popular o democratico, Graco. Ciertamente en Roma se dió la existencia de un Graco, y no solo de uno sino de dos, Tiberio y Cayo Graco, ambos pertenecientes al partito popular y enconados detractores del grupo opositor patricio, representante de la oligarquía dominante. Ambos pagaron con sus propias vidas cuando intentaron implantar unas políticas favorables a la plebe. Pero su período histórico transcurrió mucho antes de la revuelta de esclavos de Espartaco; lo cual hace sospechar que el personaje de Graco es una creación fabulada por el guionista Trumbo, o por el autor de la novela en la que se inspira el film, creo que Howard Fast.
De boca de Graco surgen los diálogos más sustantivos con los que se nos quiere aleccionar, y a traves de él se explicita la realidad política del siglo I a C, la pugna de dos partidos irreconciliables, uno representando a la nobleza y el otro a la plebe. En tales diálogos se despliega toda la dialéctica que enfrentó a estas dos facciones que se disputaban Roma, y que ya habían probado sangrientamente sus diferencias durante las guerras de Mario y Sila.
Por parte del partido patricio da réplica a Graco, Marco Licinio Craso, por entonces el hombre más rico de Roma. De Craso se pretende dar la imagen de un opresor despiadado, capaz de sacrificar a cualquiera con tal de satisfacer sus ambiciones y sus placeres. En él se quiere hacer resaltar la hipocresía de los poderosos, que invocan los valores sagrados y establecidos pero que son a su vez capaces de la mayor felonía para conseguir sus fines.
Hay unos cuantos dialogos dignos de mención por parte de cada uno de los rivales y que definen ambas personalidades. En uno de ellos, cuando la solución de la crisis de los esclavos depende de que las huestes de Espartaco abandonen Italia con la ayuda de los piratas Cilicios, Graco afirma: "La política es una profesión práctica, si alguno de tus adversarios posee algo que tú necesitas, por qué no pactar con él".
Sobre lo cual le advierte Julio César: luego negociamos con los piratas, pactamos con criminales.
César aquí representa al joven político apasionado que no ha perdido todavía la virginidad.
Frente al senado Graco se manifiesta partidario de una república corrupta, frente a la dictadura que supuestamente desea imponer su contrincante.
¿No son éstas consignas bien similares a las que invocan nuestros políticos, enfrentados en facciones que no han variado con el paso de los siglos?
¿No les recuerda, a su vez, esta actitud del viejo político popular romano a alguno de los políticos actuales españoles más descollantes?
En cuanto a Craso, su ideología es resaltar que Roma se halla siempre en el pensamiento de los dioses, pilares en los que se asienta la fundación de la ciudad, definiéndose así como el político que se arroga los asuntos de estado y tiene la mirada puesta en su porvenir y bienestar, recalcando que nunca será traidor a la República ni a sus tradiciones. De la mirada de Lawrence Olivier en esta secuencia se desprende cierta hipocresía solapada, sustentada por un silencio que da pie a una lectura subliminal. En cualquier caso, queda manifesto una filiacion sagrada a Roma, a la que pretende devolver los valores que la engradecieron, pues reconoce dos Romas, la de los patricios y la de la plebe. Anecdóticamente, se le recrimina subreticimente en el guión su bisexualidad, lacra de todo punto espuria en cualquier discurso vigente de las izquierdas. ¿Quién se lo hubiera dicho a Kubrick y Trumbo?
En resumen, salvando del discurso cualquier interpretación maniquea o sectaria, me asaltan serias dudas sobre con cuál de los dos políticos me jugaría los cuartos.