Sobre el engaño del mundo

Sobre el engaño del mundo

 Durante la juventud se nos propuso la amistad con el mundo,

convenciéndonos de que en él encontraríamos

 cuanto colmara nuestros deseos y ambiciones.

Pero al igual que al Shidartha, de Hesse,

nos proporcionó el sansara desengaño y autodestrucción;

como respuesta a nuestras concesiones nos devolvió un pago inicuo.

El mundo es algo que tiene que ser superado;

deberemos levantarnos sobre el remolino de su confusión,

si queremos alcanzar a ver la luz de la verdad.

No queramos reconocer en él más que una pasajera vanidad.


La cosecha del mundo

La cosecha del mundo

 Necio es quien aguarda del mundo

justo pago a sus ofrendas.

Sentirá en sus fuerzas 

una inerte resitencia,

sus dádivas no serán recompensadas.

Es igual al labrador que trabaja

su cosecha con el sudor de sus huesos,

a sabiendas de que la plaga 

o el pedrisco la malogren.

o que por falta de riego dé amargo fruto.

Buscarás a tu denuedo una respuesta,

pero tus gritos rebotarán

contra la rigidez de un muro ciego.

carente de puertas para penetrarlo,

tal el mundo se presenta.

¿Será su médula como la pulpa

de un fruto del que tras perforar

su costra hallarás sabrosa delicia?

¿O al igual que con la legumbre estéril,

al quebrar su cáscara

encuentres un núcleo vacío?

¿Será éste el enigma secreto del hombre,

cuando al rebuscar su esencia 

encontremos mera vanidad,

malicia por justicia,

por fraternidad, desolación?

Tal fue el rigor que soportó Cristo en su cruz,

cuando acallaron su voz con su indiferencia

y pese a ser santo tuvo el pago de un ladrón.

¿ Cuál fue la respuesta que dio?:

 llenar ese vacío con amor.

Al igual, con injusto encono

 atribuló el destino al buen Cervantes. 

¿Y cuál fue su respuesta? ¡Tomémosla por lección!

 Pese a su amarga condición,

frente al cruento dolor, abrió las venas

de su poesía para que fecundara su verbo

el yermo pago que su patria le devolvió.


La plaza de Gabriel Miró, en Alicante


Durante el paseo del domingo, me he sentado en un banco junto al monumento de Gabriel Miró, ubicado en un espacio recoleto de la plaza homónima, en Alicante. La plaza de Gabriel Miró, sin duda, es la plaza más hermosa de la ciudad, realzada en su centro por la bella fuente de La Aguadora, que llena de frescura e ilusión la atmósfera. En derredor se envuelve con una vegetación lujuriante, entre árboles centenarios que ocultan el cielo con su ramaje. El juego de luz entre la sombra arbolada, con sus reflejos sobre las hojas y sus destellos en el agua hacen de aquel rincón una antesala del paraíso. No siempre fue así.

Durante mi juventud, la plaza de Gabriel Miró era un lupanar. Pasarela de putas que convenian cada noche en los rincones su negocio y te seducían con el característico: ¿ me das fuego, chaval? . Las urgencias del falo incontinente hacían desatender cualquier otra intromisión estética. Las calles adyacentes eran colmenas de catres de alquiler. El negocio prosperó hasta que a la autoridad le pareció inadmisible y ruinoso continuarlo. Por fortuna, aquellos tiempos de decadente disipación pasaron, y hoy se puede disfrutar de la mañana esplendorosa entre su fronda. Afotunadamente, el pecado tiene su redención con la penitencia.

En cuanto a Gabriel Miró, es una presencia discreta de la plaza. Su figura, un busto que considero algo tosco, casi la esconde un follaje de palmeras. No deben haber muchos alicantinos que lo hayan leído, pues su prosa exige paladares escogidos que sepan valorar lo sublime en el lenguaje. Y seguramente son lectores contados los que cumplen con esta demanda. Si se hiciera una encuesta callejera pocos serían los que darían un respuesta precisa sobre el escritor nacido en la calle Castaños. Esporádicamente se le recuerda en simposios frecuentados en general por ponentes extranjeros. Lo que se sabe de Miró, en gran parte se debe al erudito e historiador alicantino Vicente Ramos, que escribió varias obras en torno al autor del "Obispo leproso". Destacan su Biografía, acaso la más exhaustiva hasta la fecha, y el ensayo titulado "El mundo de Gabriel Miró", que leí no hará mucho en un ejemplar intonso y dedicado por el autor, con firma incluida. El agasajado no debía de estar muy dispuesto a hincar el diente a tan densa obra, pues la revendió vírgen a una libreria de lance. Cabe decir que en dicho ensayo se despliega un conocimiento intimo e intenso del universo mironiano.

En algo debo dar gracias al reciente status de jubilado, pues disfruto de mi ciudad con unos ojos distintos a los de la monotonía recorosa del ciudadano nativo, que la padeció durante largos tramos de una existencia digamos que sufrida.


Reflexiones sobre Espartaco


 Si existe una película recomendable de Romanos, ésta es Espartaco. La dirigió, parece ser que por encargo, Stanley Kubrick, y el guión correspondía a Dalton Trumbo, represaliado durante la caza de brujas Mcarthysta. A éstas alturas resulta ingenuo reconocer que en el film se intenta trasmitir un discurso de izquierdas, recuerdo épico de la lucha por la libertad de las clases oprimidas, simbolizadas en ese esclavo convertido en gladiador que se rebeló contra Roma, el tracio Espartaco, exponente claro en el pedestal heroico de la Unión Soviética y otros regímenes populares.

La  película, que se ajusta en cierta manera a la realidad histórica, se permite una licencia con uno de sus protagonistas fundamentales, el tribuno del partido popular o democratico,  Graco. Ciertamente en Roma se dió la existencia de un Graco, y no solo de uno sino de dos, Tiberio y Cayo Graco, ambos pertenecientes al partito popular y enconados detractores del grupo opositor patricio, representante de la oligarquía dominante. Ambos pagaron con sus propias vidas cuando intentaron implantar unas políticas favorables a la plebe. Pero su período histórico transcurrió mucho antes de la revuelta de esclavos de Espartaco; lo cual hace sospechar que el personaje de Graco es una creación fabulada por el guionista Trumbo, o por el autor de la novela en la que se inspira el film, creo que Howard Fast.

De boca de Graco surgen los diálogos más sustantivos con los que se nos quiere aleccionar, y a traves de él se explicita la realidad política del siglo I a C, la pugna  de dos partidos irreconciliables, uno representando a la nobleza y el otro a la plebe. En tales diálogos se despliega toda la dialéctica que enfrentó a estas dos facciones que se disputaban Roma, y que ya habían probado sangrientamente sus diferencias durante las guerras de Mario y Sila. 

Por parte del partido patricio da réplica a Graco, Marco Licinio Craso, por entonces el hombre más rico de Roma. De Craso se pretende dar la imagen de un opresor despiadado, capaz de sacrificar a cualquiera con tal de satisfacer sus ambiciones y sus placeres. En él se quiere hacer resaltar la hipocresía de los poderosos, que invocan los valores sagrados y establecidos pero que son a su vez capaces de la mayor felonía para conseguir sus fines.

Hay unos cuantos dialogos dignos de mención por parte de cada uno de los rivales y que definen ambas personalidades. En uno de ellos, cuando la solución de la crisis de los esclavos depende de que las huestes de Espartaco abandonen Italia con la ayuda de los piratas Cilicios, Graco afirma: "La política es una profesión práctica, si alguno de tus adversarios posee algo que tú necesitas, por qué no pactar con él".

Sobre lo cual le advierte  Julio César: luego negociamos con los piratas, pactamos con criminales.

César aquí representa al joven político apasionado que no ha perdido todavía la virginidad. 

Frente al senado Graco se manifiesta partidario de una república corrupta, frente a la dictadura  que supuestamente desea imponer su contrincante. 

¿No son éstas consignas bien similares a las que invocan nuestros políticos, enfrentados en facciones que no han variado con el paso de los siglos?

¿No les recuerda, a su vez, esta actitud del  viejo político popular romano a alguno de los políticos actuales españoles más descollantes?

En cuanto a Craso, su ideología es resaltar que Roma se halla siempre en el pensamiento de los dioses, pilares en los que se asienta la fundación de la ciudad, definiéndose así como el político que se arroga los asuntos de estado y tiene la mirada puesta en su porvenir y bienestar, recalcando que nunca será traidor a la República ni a sus tradiciones. De la mirada de Lawrence Olivier en esta secuencia se desprende cierta hipocresía solapada, sustentada por un silencio que da pie a una lectura subliminal. En cualquier caso, queda manifesto una filiacion sagrada a Roma, a la que pretende devolver los valores que la engradecieron, pues reconoce dos Romas, la de los patricios y la de la plebe. Anecdóticamente, se le recrimina subreticimente en el guión su bisexualidad, lacra de todo punto espuria en cualquier discurso vigente de las izquierdas. ¿Quién se lo hubiera dicho a Kubrick y Trumbo?

En resumen, salvando del discurso cualquier interpretación maniquea o sectaria, me asaltan serias dudas sobre con cuál de los dos políticos me jugaría los cuartos. 

 

Pinceladas ( David Bowie: emplea demasiado tiempo y gasto en peluqueria para ser un hombre)


 David Bowie: emplea demasiado tiempo y gasto en peluquería para ser un hombre. 

Bukowski: quiere hacer virtud de los vicios.

Jaime Bayly: un señor de derechas con moralidad de izquierdas.

Picasso: un grafitero con suerte.

Lorca: poeta de la luna y no de luz.

Borges: el tartaja más elocuente.

Wagner: barbarie entre seda y zapatillas.

Umbral: Mortal y Espurio.

Joyce: un jesuita perdido en un prostíbulo celebrando misa en una orgía mientras recuerda misterios de la cábala

El papa Francisco: ¡ Jesús, María y José!

Mahoma: con él no gastes ni bromas.

Warhol: un hortera sublimado.

Miguel Ángel: mármol encarnado.

Nietzsche: la sombra de una duda.

Alejandro, César, Napo: the dream triunvirato.

Freud: el sueño de la razón.

Homero: lo raro habría sido que en lugar de ciego hubiera sido mudo.

Pedro Sánchez: para mayor INRI.

Sánchez Dragó y Escohotado: los fumatas Gutemberg.

Joaquín Sabina: escribe torcido con buenas letras.

Juan Carlos I: pasar la vida trampeando para acabar en un Bribón.

España: los buitres vigilan cuándo cebarse con sus despojos.