EL GATO AL AGUA DE DON MARIO

La adjudicación del Nobel a Vargas Llosa era sólo cuestión de tiempo, y justo galardón a la constancia de un obra. Porque para nadie es desconocido que el autor peruano es uno de los grandes exponentes vivos de la literatura universal.
El nombre de Vargas Llosa llegó por primera vez a mis oídos durante la eclosión del "boom", fenómeno con el cual la vieja literatura fertilizada en tierras de América regresaba a Europa. La magia de las americas se conjugaba en la pluma de sus escritores para erigir ensoñaciones de selvática arquitectura, universos miticos de sugestivo mestizaje, una transformadora y legendaria visión de sus más inmediata cotidianidad que se reconoce, primitiva y salvaje, en los frescos de Rivera y las visiones oníricas de Frida Kalho. Sediento de aquel nuevo sortilegio de la palabra, no pude sustraerme a ese torrente que amenazaba anegar nuestro encorsetado panorama literario, en prolongada sequía.
Aquellos escritores, qué duda cabe, gozaban de un doble atractivo: la fuerza arrolladora de su desbordante imaginación y el añadido de una juventud envidiable. Si García Márquez sentaba cátedra con "Cien años de soledad", Vargas Llosa hacía lo propio con "La ciudad y los perros".
No recuerdo dónde leí esta novela, si en Alicante o Barcelona, adonde había acudido como aventurero en busca de una lejana gloria literaria a la que yo, ingenuamente, aspiraba. Por entonces Vargas Llosa también residía en la ciudad condal, pero el destino implacable se encargó no ya de no hacer coincidir nuestros caminos sino de dispersarlos definitivamente: el de él hacia la recompensa de una gloria irrenunciable, y el mío en pos de una gris existencia en mi ciudad de origen.
Mientras la obra de Vargas fue creciendo, yo le guardé relativa fidelidad. Y me cabe confesar, ateniéndome a cualquier penitencia, que desde que concluí la lectura festiva de "Pantaleón y las visitadoras" le perdí la pista. En tales circunstancias concitaban mi interés otros autores, otras disciplinas, el oneroso trabajo por el diario sustento, que mediatizaba seleccionar cualquier lectura; también en ello influía mi gusto que se iba perfilando, buscando universos más afines al mío.
Mas durante esos sendos años de oscuro letargo en los que tal vez mi molde como escritor se fue fraguando, y la obra del peruano fue cobrando la envergadura que hoy tiene, me complacía reconocerle en imprevistas apariciones televisivas, en donde crecia su popularidad como escritor consolidado y servía como referente para cualquier autor en ciernes.
Su obra novelística fue creciendo título a título, aunque a mí, sumido ya en mi propia tarea de creación, me costase congeniar con ella. Quizá pesara, aunque no creo, la sentencia de mi admirado Mujica Lainez al ser inquirido sobre los escritores del "boom": ¡El peor es Vargas Llosa!
Pero, pese al negativo epitafio, como todo lector compulsivo, reclamado por la necesaria tarea formativa de todo creador, nuevas obras de Vargas Llosa se incorporaron a mi biblioteca, y alguna de ellas, en especial los ensayos crítico-literarios, se apilaron sobre mi escritorio o en la mesilla de noche. Admirativa fascinación me produjo entre ellos la lectura de la "Orgía perpetua", donde el autor hace gala de su gran penetración, de un inmenso bagaje de erudición literaria en donde desbroza aun las más secretas intenciones de Flaubert y revela los más reservados pudores de la Bovary.
Del todo, pues, salvo en su obras, creía yo apartado a don Mario de mi estela; pero me lo volví a encontrar. Sucedió durante unas prolijas jornadas organizadas por la CAM a modo de presentación de su obra más reciente entonces, "El paraíso en la otra esquina", que tuvieron lugar durante el dos mil tres. A un paso tuve entonces al celebre escritor, en vilo de conocer de primera mano a qué sabe la gloria; aunque mi arrigada timidez evitó el encuentro. En todo caso, felicidades don Mario. Y desde estas líneas invoco a que algún día un destino más bonancible nos haga converger.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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