VENECIANAS XXI: GIACOMO CASANOVA, VENEZIANO

Casanova es un nombre unido en estrecha sinbiosis con Venecia. Su semblanza configura un estilo de vida veneciano, que cobró en ese siglo que le tocó vivir las características que más han perdurado y que definen la propia imagen de la ciudad. Un siglo XVIII lleno de oropeles, de nobiliarias excentricidades prodigadas por una clase que comenzaba a entonar su canto del cisne, de plumífero atrezo y estampados atavíos, que bajo la filigrana de encajes ocultan la daga asesina o el pañuelo con los restos de una hemotisis mal curada. Fue el siglo que nos han legado los vedutistas, con sus vistas magníficas de San Marco, brillando de esplendidas embarcaciones regateando ceremoniales por el bacino o ancladas a sus muelles, presentando la airosa raspa de sus remos y el flamear de sus estandartes. Sobresale el lujusísimo Bucintoro, a bordo del cual el dogo y su corte se preparan para celebrar sus desposorios anuales con el mar.

Lo que de Casanova nos ha quedado es su leyenda de hábil seductor, el nombre de algún hotel y la receta de un plato de pasta bautizado con su nombre. Quedan en pie, sin embargo, los palacios que frecuentó, los campos que pateó y la reticula de canales que condujeron su lúgubre góndola durante sus noches de pasión, bajo la luz velada de la luna y el exiguo resplandor de las codegas . Es difícil seguir su pista en esa Venecia de hoy, profanada por los múltiples flashes de los turistas y que dedica todos sus ímpetus para devorarlos y tener, sin embargo, una placentera digestión. Esa Venecia tan llena de demasías, que harían palidecer los hitos y enredadas aventuras de su célebre vástago.

El ciudadano Casanova conoció esa pudurosa Venecia que se esconde bajo las bautas y permanece ajena a sus fastos carnavalescos, pese a seguir la policromía festiva de sus celebraciones. Como buen burlador, quiso burlarla y padeció la lobreguez de sus mazmorras. En la oligárquica república, los senderos para medrar se trazaban con la sangre de las alcurnias que contraían definitivo maridaje con la mar y monopolizaban el florecer de su comercio; al plebeyo, ansioso de más amplios horizontes, le eran vedadas ciertas opciónes, pese a que su gentil porte descollara fascinador en los salones de las cortesanas y se observara su talluda silueta apoyada en una columna de las loggias asomadas al Gran Canal. El joven abate que fue Casanova asimiló pronto tales cautelas y supo hacer valer las credenciales ganadas a sus devotos Barbaro, Barbarigo y Dandolo, a golpes de osadía y tenecidad y que le abríeron las puertas en ágapes y ridottos. Tuvieron pronto eco la intrepidez de sus ardides y sus picarescas aventuras fueron celebradas con jocosidad en ciertos círculos; con el tiempo cobraron tal fama, que sus pormenores llegaron a oídos de los "diez", de quienes no tardó en sentir su correctivo inquisitorial. Ya entonces, aunque seguía siendo veneciano, era universal, tenia por oficio sus veleidades y por sobrenombre Caballero de Seingalt. Solo un hito le faltaba:trascenderse a sí mismo. Sin embargo, tuvo que dilatarse tal anhelo hasta los días declinantes de Dux, cuando vio forjada su leyenda en las prolijas y abigarradas páginas de las memorias aderezadas con más aliño que vio su siglo...
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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