En la historia de la cinematografía uno de los nombres, dejando a un lado el cine norteamericano, que ha ejercido en mí cierta fascinación, no sé si decir "es", al menos fue, Luchino Visconti.
Visconti perteneció a esa gran generación del cine italiano, en la que destacaba una variedad de autores cuya resonancia aún colea en nuestros días, aunque ya todos hayan muerto. Este gran momento comenzó con Rosellini que, junto a De Sica, fueron los grandes precursores del neorrealismo, estética a la que se adhirieron las otras grandes figuras que les precedieron, tales como Fellini, Pasolini, Antonioni, Scola y,cómo no, Visconti.
El autor milanés, eximio descendiente de esa ostentosa familia a la que perteneció el ducado de Milán, se inicio en el séptimo arte con títulos que claramente se encuadran en esa tendencia neorrealista. En ellos contó con la participación de la musa que puso rostro a este cine, Ana Magnani. Títulos como La Terra trema o la Bellisima hubieran bastado para crearle una reputación, pero el cineasta dio un paso adelante filmando Rocco y sus hermanos, cuyo reparto comienza ya a internacionalizarse. Porque de esta manera habrá que enjuiciar el cine de Visconti, como una propuesta más allá de las fronteras. Con Senso alcanza ya esa cooproducción que va más allá de los límites locales. Y poco a poco el artista va deslindándose de los cánones de los movimientos y encontrando su propio cine. Este alcanza una dimensión ya magistral con "El Gatopardo", donde contando con un elenco excepcional, encabezado por Burt Lancaster, ofrece una lectura matizada y precisa de la novela de Lampedusa. Se sucedieron títulos memorables, como El Extranjero, según la novela de Camús. Filme algo olvidado y que merecería la pena revisar. Y con sus siguientes títulos, el cine de Visconti entra en todo su apogeo, con esa dos piezas maestras relacionadas con la novelística de Thomas Mann: La Caduta degli Dei, basada en Los Budenbrook, y Muerte en Venecia, donde ofrece un acercamiento pleno de sensibilidad e intuición poética de la novela homónima. Con Ludwig, Visconti intenta esa gran película sobre la figura romántica del inquietante rey de Baviera. Con Confidencias-Gruppo di famiglia in un interno- se consolida ya su etapa de madurez, que tendrá su rúbrica con El Inocente, según la novela de D´Anunzzio, titulo sugestivísimo, digno de volver a revisarse.
En estos días he estado disfrutando de las peripecias del grupo familiar de Confidencias. Constituye este film una consumada pieza de cámara. Visconti ha cuidado la afinación para que todos los instrumentos alcancen su inmejorable rendimiento y su brillantez concertante. De todos los personajes del film, sin duda simpatizo con el profesor, una recreación fabulosa de Burt Lancaster, cuya colosal humanidad contrapunta a los demás personajes, incluido el a veces algo estridente de la marquesa Brumonti. Desde que en 1974 asistí al estreno de la película, he reservado mi fascinación por este viejo profesor, águila solitaria que vuela sola, cuya casa y ocupaciones -coleccionista de arte, lector ubérrimo, melómano acendrado-, ha desde entonces nutrido mi imaginación y estimulado a perseguir una vida que se le pareciera. Una vida consagrada al arte y a la creación, en un ámbito, dentro de mis limitaciones, emulador de la mansión del viejo profesor en la piaza Campitelli. Pero eso sí, sin tener que aguantar a ningún inquilino tan intolerable y narcisista como Helmut Berger.
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