El día está nublado
y extiende una bóveda de cenizas
sobre la lámina de un mar de plata,
ornado de rizos purpurina.
El mar parece quieto,
sin conciencia del tiempo,
como un sombrío espejo
donde se mira el mundo.
Las olas se desvanecen,
sin estruendo,
mientras un sol solapado
reverbera en la lisa superficie.
En su bruñido cristal
se refleja el alma,
buscando su insondable significado;
y nuestros ojos escrutan,
como en una página,
la prosa secreta de un devenir
tan escurridizo como lo es el agua.
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