REFLEXIONES A LA HORA DEL DESAYUNO

Hoy, domingo, me he levantado un poco tarde, pasadas  las nueve, una hora moderada, teniendo en cuentas que mis actuales noches sabáticas poco tienen que ver con el carpe diem de la perdida juventud. Mi primera actividad, después de asearme y tomar café y zumo, además de la píldora de vitaminas, es salir a la calle a desayunar. Por lo común suelo hacerlo en algún café del barrio, pero no faltan los días que lo disfruto en el centro, en esas horas matinales en que las calles permanecen desérticas y el solaz de la mañana pronostica un día relajado. En días extraordinarios, me encamino a la misma playa del Postiguet, y en el Rompeolas doy cuenta del desayuno mientras contemplo el mar, ese presencia esencial para mí, que aun tratándose del mismo siempre es distinto.
Este domingo he permanecido en el barrio, pues pensaba, tras el rápido desayuno, dedicar largas horas a leer o escribir. Para amenizar el momento de la colación, en este día espléndido, he echado mano de uno de entre los muchos libros que están sobre mi mesa: el Trópico de Capricornio, de Henry Miller, que adquirí por un euro en una librería de lance. Con él bajo el brazo, me he dirigido hacia la heladería, pues he encontrado el primero de los cafés habituales con el cierre echado y el rótulo arrancado, indicando que ha pasado a mejor vida. En la heladería la camarera me sirve el desayuno sin preguntar, como cliente asiduo que soy. El sol se muestra risueño esparciendo sombras y reflejos por la plaza Manila. Leo las primeras páginas del Trópico... y enseguida tropiezo con ese "yo" desmesurado de Miller y su obstinada propensión a narrar siempre en primera persona. A veces creo que Milller era un poco fantasma, y que pertenece a esa clase de hombres en los que casi la totalidad de lo biográfico es inventado. Dejo el libro porque me asaltan otras preocupaciones. Por ejemplo: el que la sociedad me tenga cogido por las bolas y el que mi yo sea esclavo de las circunstancias, situación que no llega nunca a remediar el pleno de La Primitiva. En verdad, me acosan no pocas preocupaciones, como por ejemplo la de no arder como una tea a causa de una explosión en la fábrica de cola; la de que el trabajo y las relaciones laborales me resulten siempre insatisfactorios; la de no llegar algún día a jugar la"champión" en mi quehacer literario, la de no alcanzar hasta ahora, pese a todos mis desvelos, el "gordo" de la Libertad.
Solo nos queda el consuelo de soñar. Soñar el sueño del caminante que, mochila al hombro, se adentra por esas veredas, donde en tiempo vacacional, reencontrará su alma, vagabundo por la tierras castellanas: esa Toledo del Greco, la Soria machadiana, la unamuniana Salamanca, o los paisajes de la tierra más amada, la de los verdes montes de Asturias.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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