Viendo un reportaje sobre Oviedo, en el que se hace mención de la circunstancia de su dispersa universidad, repara el comentarista en que una de las infraestructuras más importantes de ésta la constituye el Milán. Sobre él se menciona su condición de viejo monasterio benedictino, soslayando
el uso a que estuvo destinado durante muchos años, como cuartel del ejército. El viejo Milán 3, rebautizado más tarde como cuartel del Príncipe, contempló el discurrir por sus naves de cuantiosas generaciones de soldados.
Mi experiencia como soldado de 2º clase, durante el período conocido como milí, fue, como para los pocos seres que nos consideramos inadaptados, más bien amarga. No faltaron las consabidas vejaciones por parte del mando y la soldadesca que contribuyeron a agravar nuestra de por sí escasa autoestima. Falto de carácter, dependiente de unos padres que nos habían criado en el mimo excesivo, esta batalla a campo abierto con el mundo acabó en el más desastroso de los fiascos. Recuerdo que el día de la licencia, abandoné Oviedo bajo un síndrome agudo de intoxicación etílica. Pues la afición desmedida al alcohol fue una de las escasas "virtudes" que adquirí durante dicho período.
Pero hacer memoria del Milán como monasterio benedictino nos llena de recelos, pues la vida cuartelaria, pese a sus sinsabores, no deja de tener para nosotros un cierto dejo romántico. Recuerdo el Milán, las amplias naves de la compañía, con sus ventanales rezumando lluvia, nieve en los inviernos.
Recuerdo los patios donde formaban los soldados, y donde el oficial de guardia pasaba revista a la tropa dispuesta para el paseo vespertino. Todos nos mirábamos las botas, por si quedaba alguna mota de barro que no había podido disimular el betún. Porque había que joderse, si el pardillo estimaba que las botas no relucían como era debido: te esperaban unas claustrofóbicas horas de encierro en la compañía. No sé que hubiera sido de mí sin esa evasión que me proporcionaban Oviedo y sus calles. Benditos pases de fin de semana, cuando uno se olvidaba de ser recluta. En el Milán hice algunas buenas amistades que la misma vida malogró.
El corneta tararea diana o retreta. La diana era siempre odiosa, salvo la de los viernes, que prologaba el largo fin de semana, donde podíamos reencontrarnos, fuera en el viejo Oviedo o en el parque San Francisco. Otro día sonaba en el cuerpo de guardia, donde acaso me pillaba leyendo, porque acababa de regresar del servicio en una garita. Leer...¡Cuánto leí en la mili! Soñar...No menos soñé, casi siempre con la libertad. Marchar...Hermosas sendas, hermosos montes de Asturias...¡Qué emoción sentia, cuando cargado del petrecho militar, cetme al hombro, divisaba entre tus prados la gallarda silueta de Santa María del Naranco! Milán, se impone entre el viejo dolor olvidado una grata nostalgia.
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
0 comentarios:
Publicar un comentario