Creta, además de ser la mayor isla griega, destaca también como la de mayor tradición, pues en ella se asientan los fundamentos del mundo helénico y en uno de sus montes más emblemáticos, el Ida, Zeus encontró su primera morada.
A Creta se la recuerda como centro de la primera civilización egea, la Minoica, que toma el nombre de su legendario rey Minos. Minos fue el nombre del rey-o reyes-en torno al cual se ha forjado la leyenda con la que esta remota civilización es recordada por la historia. El reinado de Minos se convierte en mito por la traición de su esposa Pasifae, quien se une al hermoso toro obsequiado por Zeus, para vindicar al rey entre sus celosos hermanos Sarpedón y Radamantis. De esta unión ilícita nacería la híbrida bestia que marcaría el destino del mundo minoico: el Minotauro. Se sabe que el Minotauro exigía un sacrificio humano del que se nutria, tributo que se recababa de entre los pueblos subyugados. Por su ferocidad fue encerrado en el gran palacio de Cnosos, en un área protegida que tomó el nombre del laberinto. Dicha zona tenía fácil entrada, pero la salida era casi imposible. Toda victima que se adentraba en el complejo laberinto fenecía entre las fauces del Minotauro. Tal circunstancia perduró hasta que un joven héroe, Teseo, de origen ateniense, penetró en el baluarte, dio muerte a la bestia y escapó del lugar con la complicidad de Ariadna, cuyo famoso ovillo de hilo orientó al joven hasta la salida.
Seguramente, la resonancia de este mito tiene poco que ver con el desarrollo de la civilización minoica, cuyos orígenes y destino se halla bastante ensombrecido en la noche de los tiempos. La minoica fue una civilización floreciente, perteneciente con toda certidumbre a esos pueblos conocidos en el antiguo Egipto como pueblos del mar. El área arqueológica de Cnosos apunta un entramado ciudadano bastante desarrollado, con asombrosos adelantos en sus infraestructuras y con una gran riqueza cultural. La Cnosos que conocemos, relaborada por Arthur Evans, presenta las suficientes maravillas para alentar muy positivamente nuestra imaginación. La envergadura de su palacio, las evidencias de sus manufacturas y comercio, su gran riqueza agrícola, su preponderancia como pueblo del mar, hacen de Creta ese eslabón imprescindible entre el arcaico Mediterráneo y la nueva civilización griega que despunta: la Micénica. Quizá su último secreto lo guarde Santorini, pero las causas del declive de las civilizaciones nos ha demostrado la historia que pueden ser bien distintas.
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