Durante las vacaciones de verano regresé a Granada después de 25 años. Este retorno fue posible porque su recuerdo acabó imponiéndose. Quién ha puesto los pies en la Alhambra, y por extensión en toda la ciudad, no puede borrar en su memoria ese rango de fenómeno extraordinario. Granada es, sin duda, una ciudad llena de magia, fruto inequívoco de su inalienable condición de antiguo reino islámico. Junto con Córdoba y, en menor medida, Sevilla se constituye en núcleo desde el que irradió el mítico Al´Andalus. El pequeño reino nazarí, último baluarte musulmán de la península, despierta toda suerte de evocaciones y leyendas, que se apresuró a recoger Washington Irving durante el período romántico.
Desgraciadamente, mi visita, por arte de esos deficientes viajes concertados, fue más bien breve. Apenas me dio tiempo a saborear la ciudad. Siguiendo gregariamente a un guía visite la Alhambra. Como bien recordaba, su esplendor consiguió deslumbrarme nuevamente. Sus jardines me parecieron fabulosos; las salas de sus palacios volvieron a encandilarme con las filigranas de estuco de sus techos y la rica ornamentación de sus arcos y puertas; cómo no, el Patio de los Leones impresiona con su equilibrada belleza. Apresuradamente, echamos un vistazo al palacio de verano del Jeneralife. Ante la contemplación de sus surtidores, pensé en Manuel de Falla y sus Noches en los jardines de España. Consta que en su auditorio se celebró el festival de cante jondo auspiciado por García Lorca y el músico gaditano.
Gozar de una mañana en la Alhambra, pese a todos los inconvenientes, se consolida en el archivo de la memoria como vivencia primordial de sus momentos antológicos. Inolvidables a su vez las vistas del Albaizín desde alguno de sus miradores. A través de esa visión nos penetra el sueño de Agustín Lara.
No tuve tiempo para más en la ciudad. Observé la cripta con los féretros de los Reyes Católicos y desorientado, porque en el recuerdo se me había borrado el plano de la ciudad, me descarrié hasta ir a tropezar con la Alcaicería, lo más parecido en España a un gran bazar moruno. Allí adquirí una lamparilla oriental en el puesto de unos magrebíes. Su bello colorido ilumina mi imaginación algunas noches y enciende un vívido deseo de volver otra vez a Granada.
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