Muestra Muñoz Molina, en su libro Ardor guerrero, un recuerdo vívido del período de la mili. La mili que nos describe en su relato es la que se corresponde a ese tramo temporal que fue de la muerte de Franco al referendum constitucional. Coincide de pleno con esa mili que me toco a mí vivir. Recuerdo que el plebiscito se produjo durante mi estancia en el cuartel, cuyos mandos, algo alborotados, no dudaron en orientarnos sobre el sentido de nuestro voto. Entre estos, se encontraban los refractarios acérrimos y los fatalistas. Unos, renegaban del nuevo orden, mientras los otros, más prudentes, se resignaban a aceptar lo irremediable. De cualquier forma, su resultado no varió un ápice la índole y el desarrollo de nuestra prestación militar.
Muñoz Molina nos sumerge en la pesadilla de ese impasse cuyo carácter provisional no anula una huella que se antoja profunda y duradera. Al leer sus páginas revivimos los pormenores de una experiencia cuyo calado comprende una dimensión imprecisa; en realidad, desconocemos los margenes reales de su influencia en nuestras vidas. El hecho de que periódicamente nos visite el sueño de una reincorporación inopinada a filas, nos confirma que el poso de su memoria no se ha borrado de nuestro inconsciente. Tal vivencia onírica reviste el carácter de pesadilla, pues al despertar nos embarga una angustiosa desazón. No basta que el cuartel hoy día haya sido demolido en parte y lo poco que de él queda en pie dedicado a funciones radicalmente distintas. Indefectiblemente, en cualquier noche insospechada regresamos a él, caminamos a través de sus naves, nos reintegramos a su ruda disciplina y nada en el mundo nos puede librar de esa fatalidad trágica.
La mili comprendía dos períodos distintos: El de campamento y el de destino. En el primero se instruía al bisoño recluta en el funcionamiento de la vida militar: protocolo, instrucción y primeras normas para el combate; y en el segundo, encarrilado ya el neófito, se lo ubicaba en el lugar donde mejor pudiera servir a la patria o ser útil en alguna de las tareas encomendadas al ejército. Porque la vida militar es un servicio, función a la que no todo hombre esta dispuesto a someterse. A un joven sediento de vida, poco pueden seducir los marciales cornetines anunciadores de muerte. Para los más la mili se transforma en un desconsolado via crucis hasta que llega la licencia. Licencia con la que creemos que todo ha acabado, porque no reconocemos que la experiencia transcurrida ha transformado nuestro ánimo y nuestra vida de un modo irrevocable, y que nuestro espíritu agredido por la reclusión, la disciplina, la fatiga, la privación, el miedo, habrá perdido su templanza y ya no volverá a respirar el perfumado jardín de la inocencia.
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