Refiere Bolaño, a través de un personaje, al principio de su novela Los sinsabores del verdadero policía que el prosista es heterosexual, mientras que el poeta es siempre homosexual. No sé hasta qué punto la frase es afortunada, pues sospecho que en ambas vertientes pueden darse casos de uno y otro género.
De jóvenes, teníamos al "escritor" como una personalidad solemne, poco dado a contemporizaciones y corruptelas. Los años, paulatinamente, fueron descubriendo qué se ocultaba tras aquellos rancios y académicos retratos. Las veleidades del escritor fueron escandalizando hasta el rubor. Convendrán conmigo que en nuestro siglo de oro no había maricas, si excusamos a Villamediana bajo sospecha de pecado nefando. Nadie imaginaría a Lope o Quevedo degradados por prácticas sodomitas. A Lope no se lo hubieran perdonado los corrales de comedia, ni a Quevedo el grande Osuna. Puede surgir un viso de sospecha respecto de Góngora, cuyor amores parecen silenciados en su biografía, y donde su refinado estilo culterano resulta coincidente en muchos aspectos con el manierismo, estilo afectado donde los haya. Si no perdemos la fe en el nobilísimo Cervantes, que supo mantenerse indemne ante la procacidad de Dalí Mamí, podemos confiar en que tal generación irrepetible la compusieron verdaderos varones de pelo en pecho.
Una de las grandes sorpresas literarias que me llevé en su día fue la de constatar, por ciertas biografías, que el insigne Thomas Mann, mi venerado maestro, hombre probo y circunspecto donde los haya, también sacrificaba a Ganimedes. Y creo que fue él quién verdaderamente dio en la diana de todo este meollo cuando enunció que la búsqueda de la belleza constituye una aspiración femenina.
Si uno repasa la historia de la literatura va de sorpresa en sorpresa. Conocíamos el aireado caso de Wilde, pero es que de tal mácula también se resiente la reputación de Byron. Era comidilla lo de Proust, pero es que acaso...¿ también James? En España lo reconocimos en Lorca, pero es que buena parte de su generación poética se halla en entredicho. Lo supimos con escándalo en Francia, con los casos de Rimbaud y Verlaine, así como también de Gide y Loti. En las últimas generaciones españolas nos sorprendió lo de Gil de Biedma. No lo creíamos de Pere Gimferrer y nos descabaló su "Alma Venus". En el período isabelino, corría el rumor cierto en cuanto a tales inclinaciones del pendenciero Marlowe, pero ¡coño!, ¿también el Bardo?
De jóvenes, teníamos al "escritor" como una personalidad solemne, poco dado a contemporizaciones y corruptelas. Los años, paulatinamente, fueron descubriendo qué se ocultaba tras aquellos rancios y académicos retratos. Las veleidades del escritor fueron escandalizando hasta el rubor. Convendrán conmigo que en nuestro siglo de oro no había maricas, si excusamos a Villamediana bajo sospecha de pecado nefando. Nadie imaginaría a Lope o Quevedo degradados por prácticas sodomitas. A Lope no se lo hubieran perdonado los corrales de comedia, ni a Quevedo el grande Osuna. Puede surgir un viso de sospecha respecto de Góngora, cuyor amores parecen silenciados en su biografía, y donde su refinado estilo culterano resulta coincidente en muchos aspectos con el manierismo, estilo afectado donde los haya. Si no perdemos la fe en el nobilísimo Cervantes, que supo mantenerse indemne ante la procacidad de Dalí Mamí, podemos confiar en que tal generación irrepetible la compusieron verdaderos varones de pelo en pecho.
Una de las grandes sorpresas literarias que me llevé en su día fue la de constatar, por ciertas biografías, que el insigne Thomas Mann, mi venerado maestro, hombre probo y circunspecto donde los haya, también sacrificaba a Ganimedes. Y creo que fue él quién verdaderamente dio en la diana de todo este meollo cuando enunció que la búsqueda de la belleza constituye una aspiración femenina.
Si uno repasa la historia de la literatura va de sorpresa en sorpresa. Conocíamos el aireado caso de Wilde, pero es que de tal mácula también se resiente la reputación de Byron. Era comidilla lo de Proust, pero es que acaso...¿ también James? En España lo reconocimos en Lorca, pero es que buena parte de su generación poética se halla en entredicho. Lo supimos con escándalo en Francia, con los casos de Rimbaud y Verlaine, así como también de Gide y Loti. En las últimas generaciones españolas nos sorprendió lo de Gil de Biedma. No lo creíamos de Pere Gimferrer y nos descabaló su "Alma Venus". En el período isabelino, corría el rumor cierto en cuanto a tales inclinaciones del pendenciero Marlowe, pero ¡coño!, ¿también el Bardo?