Verdaderamente, existe una discrepancia entre valor y precio. Mientras el uno es una cualidad intrínseca, el otro no pasa de ser una estimación variable. Por lo que se refiere al mundo de la cultura, de la literatura y los libro más exactamente, tal disyuntiva llega a resultar del todo evidente. Puesto que el valor de un libro en absoluto lo justifica su precio. El libro como mercadería está sujeto a todas las leyes arbitrarias del comercio, aunque su peso específico, su valor, no dependa en ningún modo del capricho del mercado. El valor intelectual o artístico de la obra literaria en absoluto depende de su consideración crematística. Se puede adquirir por un precio irrisorio una obra de Hugo o Tolstoi y vaciarte la cartera en una de Dan Brown o Nora Roberts. Todo responderá de los parámetros inherentes a la pulsión comercial. De lo que en cierto momento demande el mercado dependerá la carestía o depreciación del libro, entendiendo siempre a éste como objeto obediente de las reglas del libre comercio.
Digo todo esto, porque esta tarde visitando algunas librerías he podido cotejar dicha consideración. En primer lugar he visitado una nueva librería de libros de lance, donde como quien dice el librero regala galeradas de viejos libros que ni suben ni bajan. Títulos manidos, ediciones irrelevantes y de saldo, solo aptos para quien quiera llenar su biblioteca de ingentes lotes de papel al peso. Continuando mi peregrinación, en la Casa del libro he tropezado con dos obras que han suscitado mi interés. La una era de Bolaño; la otra de Voltaire. Y con ellas he experimentado ese dilema que nos asaltaba al principio.
La de Bolaño venía a ser entre sus obras una de las menos consideradas: Los sinsabores del verdadero policía. En cambio, la de Voltaire venía a ser su más conspicua obra histórica: El siglo de Luis XIV.
Entre las dos existía claramente esa contradicción entre valor y precio. Obviamente, su consideración monetaria era inversamente proporcional a su valor intelectual. Sin desmerecer en nada a Bolaño, creo que la de Voltaire debía haber sido más correctamente justipreciada. Aunque, en verdad, Bolaño sea un valor en alza, y el libre pensamiento volteriano apenas haga algo más que apestar a naftalina. Claro, que la de Bolaño era una primera edición, mientras que la del francés no dejada de ser tan solo que una correcta publicación. Los cinco euros de diferencia estaban justificados, al menos para el bolsillo, aunque no tanto para las despensas del espíritu.
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