Leo una noticia de lo más agorera. Si diagnostica a Venecia no más de 100 años de vida. Alcanzada tal fecha de caducidad quedará sumergida bajo las aguas. Se dan razones "científicas" al respecto. Se arguyen las consecuencias del cambio climático, cuya incidencia redundará en un aumento paulatino del nivel de mar. Incremento que será determinante para la supervivencia de la ciudad. Al parecer todos los esfuerzos ingenieriles desarrollados en el proyecto "Moisés" no garantizan el rescate de Venecia.
Pronósticos como el actual no son nada nuevos; siempre se alzaron voces que predijeron para la ciudad su canto del cisne. Sin embargo, Venecia permanece. ¿Hasta cuándo? Evaluar siquiera su desaparición es algo que nos aterra. Se presentan estadísticas que explican su actual decadencia y su incierto futuro. Se habla de la deriva de la laguna, del despoblamiento, del devastador turismo masificado. En verdad, a Venecia la aquejan diferentes males, a cual de ellos más nocivo. Sí, aquí y allá surgen voces que claman sobre el fin de Venecia y su lenta agonía. Pero al mismo tiempo han de elevarse las voces que reclamen con denuedo su supervivencia, porque su óbito sería una desgracia que la humanidad no puede permitirse. Porque con Venecia soñó Europa, y sobre sus fundamentos cenagosos se elevaron los pilares de nuestra conciencia estética. ¿Qué nos va a redimir de nuestra debacle civilizada sino el sueño de Venecia? Nos devuelve el romanticismo frente a la aridez cartesianocibernética de nuestra cotidianeidad. Ver Venecia y morir. Su desaparición sería la más cruel noticia para el espíritu.
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