¡Perdóname! Porque tantas veces
llamaste a mi puerta
y no te abrí, tuviste
sed y no la sacié, hambre
y no te alimenté, soledad
que no acompañé.
Porque un día estuviste
enfermo y no te socorrí,
quebrantado por lágrimas
que no enjugué, aterido
y sin un techo que no supe compartir.
No dejes, pues, que en el camino,
si te hallo otra vez herido y maltratado,
pase de largo como el Leví.
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