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En el mercadillo dominical he conseguido por 1 euro un ejemplar del Tercer ojo, de T. Lobsang Rampa, que leí durante mi juventud; algunos de sus capítulos en el asiento de un autobús que me trasladaba a Valencia. Porque Valencia fue como la Nueva York de aquellas tiernas edades y Rampa el guru que descifraba lo inverosímil del mundo. Después de haber leído a Hermann Hesse y su Siddhartha, los relatos del lama tibetano despertaban a la recóndita fascinación del espíritu. Recuerdo vagamente el asunto del Tercer ojo como algo relacionado con cierta facultad de la glándula pineal, que permanece atrofiada en los occidentales. Solo los iniciados tienen acceso a la cosmovisión que se deriva del uso adecuado  de tal órgano. Recuerdo que leí la novela con inocente credulidad, sin dudar ni un momento de la honestidad de Rampa y creyendo a pies juntillas cuanto su sabiduría milenaria considerara apropiado imbuirme. Sus estampas tibetanas estaban repletas de pintoresca fascinación y paradisíaca utopía, al reflejar el cotidiano bullir de aquella Shangrilá idílica, tal y como se nos describía en el libro la hermética Lhasa. Jamás sospechamos que una biografía tan pormenorizada ocultara un secreto inconfesable. Solo mucho más tarde averiguamos que el supuesto lama Lobsang Rampa era un fontanero de Montreal o Toronto que se consideraba la reencarnación del supuesto lama, cuyo espíritu le dictaba los secretos ancestrales de Himalaya. Pero, como diría Billy Wilder, nadie es perfecto.

Sé que esta historia de Rampa es sorprendente, pero no más de lo que uno tiene que oír referente a la intelectualidad española. Siguiendo YouTube me adentro en la biblioteca de uno de nuestros sabios más reconocidos: Antonio Escohotado, hombre verdaderamente singular. Reconozco no haberlo leído, pues los temas que aborda en sus libros puede decirse que me resbalan bastante. Ni las drogas ni el marxismo son santos de mi devoción. Pero sin minusvalorar la envergadura intelectual de Escohotado, hay que reconocer que sus predilecciones te pueden dejar perplejo. Ha profundizado en los temas más farragosos de la cultura y el pensamiento, cultivando de este último
la más(aterradora iba a utilizar) austera preferencia, pues sus filosofos fundamentales son nada más y nada menos que Aristóteles, Hegel y Freud. A uno que siente algunas afinidades con el idealismo, sea platónico o Alemán, encuentra tal elección en las antípodas. Lo de Aristoteles y Freud puede en último término ser aceptable al gusto, pero qué puede encontrarse de fascinante en el abstruso discurso de la Fenomenología del espíritu, en ese galimatías que ya censurara Schopenhauer, o en el plúmbeo mamotreto doctoral de Las lecciones de la filosofía de la historia universal.  Lo cierto es que, sobre gustos, nada hay escrito, y no sé si lo diría Billy Wilder.

Por eso volvemos otra vez a Vargas Llosa, aunque como novelador no acaba de convencernos del todo. Adquiero en una librería Low cost su libro La tía Julía y el escribidor. Quizá su novela más biográfica, y seguramente la que más interesa socialmente, mientras no se desmarque al escritor de los asuntos de faldas, pues tiene morbo su casi coqueteo con lo incestuoso y  su integración al cuché rosa de la Presley. La novela reserva esa expectación que ha de deparar toda confesión personal y mantiene la amenidad familiar de lo biográfico. Cuando su lectura me pesa, busco otros paisajes, como los que me descubre Josep Plá en sus Cartas de lejos, con ese estilo minucioso y coloquial. El escritor ampurdanés no tiene parangón.

Luego, me adentro, como si tal cosa, en los pormenores de la república romana que trata el libro de historia antigua de la UNED. Roma es un tema que nunca se agota, y siempre reserva alguna anécdota capaz de sorprendernos, como la de la LUXURIA de sus clases dirigentes. Se dice que Cicerón pagó medio millón de sestercios por una mesa de madera de limonero, para embellecer alguna de sus villas dispersas por el territorio italiano, seguramente en Toscana o Campania, pues en la vieja Roma ya se conocía aquello de la "dolce vita". Cicerón, Cicerón, ¿no te bastaban tus riquezas que aún necesitabas consolarte con el "Sueño de Scipión"?  La verdad, y concluyendo, habría que confirmar que el día dio algo más de sí, pero tampoco hay que ser tan minucioso, como también se diría en otro guión de Billy Wilder.


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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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