La otra noche tuvo lugar uno de los acontecimientos de cada otoño. Mientras cenaba y escuchaba la televisión de soslayo, se interrumpió el programa de debates que se estaba emitiendo, para conectar con Barcelona, donde se fallaba el premio Planeta. Todavía recuerdo la locución del anterior premiado, Javier Sierra, sembrada de señuelos esotéricos con los que captar la curiosidad de los probables lectores indolentes. Como siempre, también este año en el salón donde se adjudicaba el premio no faltaba detalle. En él tenía cabida toda la "vanity fair"del mundillo literario. Se esperaba con expectación quiénes serían los premiados, aunque me temo que el "Planeta" ya no está para sorpresas.
Al final sucedió lo de siempre y recibieron el galardón dos personalidades cuyas campanillas no emitían ningún novedoso tintineo. Sálveme el cielo de enjuiciar sus obras, las cuales ni siquiera he leído y a las que siempre se ha de otorgar cierta presunción de inocencia. Inocencia, que si se examina con detalle la tramoya escénica, la un tanto opaca deliberación del jurado y las estentóreas casualidades que acompañan su dictamen, viene a quedar cuando menos en entredicho.
No obstante, deberíamos aceptar con naturalidad el veredicto sentenciado por tan conspicuas plumas,
muchas de ellas bendecidas (por lo de su cuantía) con el premio en años precedentes y otras porque su trayectoria literaria los hace merecedores del más justificado laudo. Los nombres de sus componentes no resultan desconocidos para quienes tenemos alguna inclinación literaria. Nos son familiares Rosa Regás, Carmen Posadas, Fernando G. Delgado, todos ellos en perenne candelero, pero cuyos libros, al menos por mi parte, permanecen en la más ignota indiferencia. Pero quien verdaderamente me llamó la atención fue la figura de Pere Gimferrer, sumado al elenco no sé si en calidad de presidente o de convidado de piedra. En el universo literario hay nombres tabú, entre los cuales el de Pere Gimferrer siempre es mentado cuando de trata de ponderar la obra de cualquier escritor que pugna por hacerse un nombre. Un amigo me recomendó enviarle al escritor catalán alguna de mis novelas para que la enjuiciara, a lo cual me resistí temiendo algo así como un remedo del juicio de Dios. En cuanto a su poesía no puedo por menos de ensalzarla, pues me parece deslumbrante y valientemente innovadora. Resulta paradójico contemplar a ese ya patriarca de nuestra lírica relegado a la función de ujier de la editorial más global de las letras hispánicas. Pero todo viene a ser comprensible en semejante mangoneo, pues el mismo premiado nos dejó constancia de que en tales tejemanejes se hallaba conspirando en la sombra el acendrado gabinete literario de Carmen Balcells. ¿Estarán fraguando la eclosión de algún nuevo Boom?
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