He comenzado a hincarle el diente a un viejo libro de viajes, publicado en la legendaria colección Rotativa de Plaza y Janés. La obra en cuestión se titula " Una corona de islas griegas" y está firmada por el escritor, al parecer británico, Ferdinand Finne.
El texto se engloba en el género de libros de viajes y, como su título indica, nos propone un recorrido por la Grecia insular, en concreto por su archipiélago de las Cícladas. Acaso el grupo de islas egeas que más ha atraído al turismo internacional.
Descubrí el libro entre el montón de títulos más sugestivos de una librería low cost, y en el primer momento rehusé comprarlo, porque tenía entre manos otras lecturas y no quería distraer mi mente con pasadas nostalgias. Porque regresar a Grecia es como volver a adentrarse en el laberinto de Minos, en el cual no podemos predecir cuándo podremos liberarnos o acaso perecer entre las fauces de su mítico Minotauro. Incluso podría darse el caso de caer heridos por el sublime dardo de la belleza, que habita en los más insospechados rincones de ese mar admirable, como aquella ínsula agreste donde se erigió sobre el acantilado un templo a alguno de los olímpicos.
Suelo tener casi siempre sobre mi mesa algún título de referencia griega, sea histórico, político, literario o filosófico. Pero entre estas lecturas suelo eludir las que abordan el carácter geográfico de Grecia, sobre todo desde la perspectiva contemporánea. Han pasado ya algunos años desde mi último viaje a la Hélade y en él tuve el placer de recalar en algunas de las islas que Finne visita en su periplo. Verdadera odisea que el autor afronta sobrecargado de mochila y máquina de escribir portátil. Confieso que escribir libros de viajes es una de esas aspiraciones que jamás he conseguido concretar. Porque para llevar a cabo semejante tarea, es necesario armarse de un disciplina extraordinaria. Se requiere audacia aventurera y la minuciosidad literaria del escritor de diarios. Convengo en que cada viajero planificará su tarea de la forma más variada. Por mi parte, la laboriosidad de recoger apuntes mientras se van experimentado las vivencias del día, para luego hilvanarlas en la noche en una redacción congruente, es algo que se me hace cuesta arriba. Por lo general, durante mis viajes
siempre queda algún momento de sosiego en un bar, donde recoger en el bloc de notas cualquier experiencia suscitada o reseña sobre algún lugar visitado durante el día. Pero he de ser sincero, en las noches, en el escritorio de la habitación del hotel, me resulta imposible tratar de resumir el balance de lo vivido durante la jornada, pues por lo general el cansancio me obliga a meterme el la cama cuanto antes y todo lo más leer alguna página del libro de cabecera.
Verdaderamente es lamentable, pues no debe de haber destino más agradecido que el de los escritores de viajes, como el inquieto Javier Reverte, que se ha pateado medio mundo, o el de los cronistas magistrales cuyas plumas no dejan de ser celebradas, tales como la Josep Pla o Camilo José Cela, que nos deleito con el poético cutrerío de su Viaje a la Alcarria.
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