He conseguido por un euro la biografía de Stendhal de Consuelo Bergés, editada por Aguilar. No se puede pedir más por tan insignificante fracción. Una de las adquisiciones de las que guardo mayor satisfacción es la de las obras completas del escritor de Grenoble, en la misma editorial y por esta excelente traductora. Las adquirí en unas rebajas por un precio módico; hoy sé que se venden por alrededor de 300 euros. Stendhal es un escritor de culto para todos los librepensadores de hoy día. En mi caso, admiro al novelista pero guardo cierto recelo hacia el pensador. Me fascinaron tanto Rojo y Negro como la Cartuja de Parma, aunque no sabría inclinarme ni por Fabricio del Dongo ni por Julián Sorel. Entré en contacto con Rojo y Negro por el regalo de un compañero de filas, durante la milicia. El muchacho sabía que yo era aficionado a la lectura y me regaló el único libro que tenía. Mi primera lectura de la novela no fue lo gratificante que se pudiera esperar. Baste decir que no me dejó una gran huella y si el recuerdo de una lectura farragosa. Su cualidad psicológica, elaborada y minuciosa, entorpeció la lectura. Más tardé ya no volví a Stendhal por su vertiente novelística sino por la biográfica. Durante los años de inclinaciones musicales recalé en sus magnificas biografías de músicos, especialmente Mozart y Rossini. Este asiduo a los palcos de la Scala gozaba de un refinado olfato musical. Leyéndolo se convierte uno a su vez en dilentante. Porque quizá ésta sea una de las palabras que casan más con Stendhal, ese exquisito degustador del arte, como nos lo demuestra en su Historia de la pintura en Italia y los Paseos por Roma. Una de mis afinidades con él es por supuesto la devoción por Italia, país que supo saborear y por el que fue adoptado. Milanés fervoroso, nos dio en su Cartuja de Parma la pulsación más atinada de la melodía italiana.
Porque Stendhal amó Italia y yo también, admiró a Napoleón y yo también, fue ateo y yo tampoco.
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