Anoche revisé Gladiator, de Ridley Scott, con una perspectiva distinta. Recuerdo que la primera vez que vi el film me impactó por la crudeza de sus imágenes, en la guerra y en el circo. Semejante
eclosión de violencia obliga, a cualquier ciudadano de la sociedad del bienestar, a rechazar las escenas más llamativas y sangrientas de la película. Esta nos cuenta de la historia de un general romano que cae en desgracia ante las instancias de un poder corrupto, que ocupó sendas páginas de la historia de Roma. El personaje de Máximo Décimo Meridio, sin embargo, se hace acreedor de los valores más positivos que predominaron en la sociedad antigua. En la premisa de ¡fuerza y honor! se halla englobada la virtud que fundamentaba la antigua Areté. Máximo compendiaba esa suma de valores que perfilaban la moral del mundo antiguo. Poseía la Andreía espartana, siendo hombre morigerado y austero en sus costumbres, conformadas por una religiosidad auténtica. Reza a sus Manes y Penates con la piedad más sincera y su valor no titubea en el combate. Excelencia que es admitida por todos sus subordinados, que le abren paso con marcial reconocimiento. Desconocemos si quedaban hombres de esa catadura en esa Roma que periclitaba, y de la que Marco Aurelio extrajo las mejores enseñanzas. En la película hay también un pequeño guiño a un cristianismo que comenzaba su andadura, y cuyo contenido moral no se distanciaba mucho de el del general romano. Una bondad basada en el sacrificio por amor, enseñanza que dio Cristo a sus discípulos cuando les recuerda que no hay mayor galardón que el de dar la vida por el prójimo. Esta sociedad, que se ha vuelto comodona, ha olvidado las grandes premisas que hicieron evolucionar al mundo.
Sobre la película se han escuchado grandes críticas, tal vez certeras en cuanto a la plasmación exacta de cómo era la guerra durante la dominación romana. La muy discutible falta de estrategia en el planteamiento de la batalla inicial, en vías de una espectacularidad que realzara las escenas, es más que notoria. El mundo de los gladiadores no difiere mucho del que nos presentó Kubríck en Spartaco, y que seguramente mantenga abundantes coincidencias con el real. En cuanto a la pretensión del emperador Marco Aurelio de restablecer la república, me parece que ello entra de lleno en el terreno de la conjetura, acercándose peligrosamente a lo que bien podríamos llamar Historia ficción.
Sobre Ridley Scott he escuchado críticas donde se le cataloga como reaccionario. Seguramente, los lúcidos especialistas incluirán sin tapujos a Gladiator en esta categoría. Las he oído sobre La teniente O´neill y seguramente se prodigaron sobre El reino de los cielos. Quizá nos ha quedado solo el lado perverso de los primeros filmes de Scott, como Alien y Blade Runner. Figuras como la del general Máximo Décimo Meridio debían servir para recuperar unos valores morales que se han ido perdiendo en la gran confusión de nuestro mundo, objetivo que se encargó de fomentar toda la tradición nihilista de Occidente.
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