Algo más sobre Leónidas y los 300
Está visto que he de escribir unas palabras más sobre Leónidas y sus espartanos, en el paso de la Termópilas. Recientemente principié un conato de poema sobre el asunto que no llegué a culminar.
La idea básica en éste era de que el sacrificio del rey espartano solo es comprensible como ofrenda movida por el amor. Amor a Esparta, donde se aglutina lo cívico y lo privado, y celo por la suerte griega que se veía amenazada por la represalia bárbara de la huestes de Jerjes, acaso una de las más sonadas de la historia.
La educación espartana se basaba en adiestrar guerreros lo más letales posible. El sentido de la vida de cualquier spartiata se consumaba en la guerra, momento para el que debía estar dispuesto
desarrollando una conducta de la mayor marcialidad posible. Se endurecía al hoplita con la pruebas más agresivas, tratando de fortalecer su voluntad y borrando de su temperamento cualquier indicio de debilidad. En cualquier soldado espartano debía prevalecer la andreía, esa suma de virtudes viriles que hacia a todo varón lacedemonio útil para el ejercicio de la guerra. Resulta obvio que también se les inculcara el odio feroz hacia cualquiera de los enemigos de la patria, comenzado por la raza a la que tenían subyugada de los ilotas. A simple vista, parece ser el odio a cualquier enemigo de la patria lo que movía la maquinaria bélica de la falange espartana. Pero tal sentimiento no habría sido suficiente para explicar la dimensión de lo ocurrido en las Termópilas.
Intervinieron en aquello que no fue sino un sacrificio, razones tanto de índole político como religioso. El oráculo délfico profetizó que un rey espartano debía morir para salvar a Grecia. Cuando Leónidas y sus 300 partieron hacia las Termópilas eran conscientes de tal augurio y tal vez consideraban que con su sacrificio calmarían la cólera divina que se había abatido sobre la hélade.
Su misión era resistir hasta el último aliento y alcanzar la gloria de todo espartano, que no solo residía en vencer al enemigo sino en alcanzar la muerte honrosa de regresar sobre su escudo. Resulta paradójico que no resida en el odio sino en el amor la fuerza primordial que da la victoria en la batalla. Admiramos en Leónidas no sus valores destructivos sino su solidaridad, lo afectos que le impulsaron a inmolarse en la batalla para ganar la libertad de muchos. El aceptó la misión más honrosa del ser humano: la de ofrecerse en sacrificio para rescatar a otros, como más tarde consumó eternamente Jesucristo en su cruz.
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