La dedicación literaria parece reñida con la felicidad conyugal. Quevedo, Góngora, a su modo Lope, Cervantes, fueron grandes solterones, pese a sus efímeros matrimonios. En Francia encontramos el ejemplo en sus grandes figuras románticas Balzac, Stendhal, Flaubert y, cómo no, el misógino Zola.
La cuestión tal vez resida en que con el cultivo del espíritu, la maduración del pensamiento y la persecución de la belleza, descubierta en la sublimación del arte, el alma de hombre se volverá tan refinada y exigente, que le resultará difícil encontrar la mujer idónea con quien poderla compartir.
Resignados a esta derrota, nos queda la inconsciencia de la pasión, donde el amor es ciego.
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