Oigo revelaciones sorprendentes sobre la revolución cubana, sobre aquellos que pisaron el pedestal de lo héroes y a los que la pugna codiciosa por el poder convirtió en hienas voraces. De los comandantes que bajaron de la sierra Maestra, al fin solo quedaron los dos Castros. Se cotejan testimonios que echan por tierra el espejismo de cualquier utopía. ¿Existe bajo este sol un poder que no comparta las manos ensangrentadas de Macbeth? Olvidamos que el paraíso fue lo que perdimos y el progreso no vacila en desengañarnos de que cualquier tiempo futuro será mejor. Los nobles ideales que creemos animan el corazón de los héroes se revelan maquillados por la más insultante hipocresía. Aquel que conoce el corazón de los hombres juzgará a los pueblos.
Como la búsqueda de la verdad podría volverse eterna, rehúso indagar más sobre las muertes de Che Guevara y Camilo Cienfuegos. Contamos con la versión mitificada del asunto, con aquellos que nos han querido contar y con lo que se nos mantiene lelos; pero qué saldría si escarbáramos en los estratos más recónditos de la verdad. ¿Será la mentira el precio de la sangre?
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