INTIMIDAD CON EL MAR
Echo de menos aquellas mañanas de intimidad con el mar, cuando el sol derramaba sus primeros rayos sobre la vasta superficie plateada. Eran años juveniles, donde la relación con el mundo tenía una dimensión visceral. Cuanto nos rodeaba cobraba una relevancia de la que hoy carece. El sol reverberante sobre la bruñida inmensidad y el mar arrojando las mansas olas sobre la orilla, una tras otra, acompasadamente. Hacía novillos en el instituto y buscaba refugio en la playa, donde la mañana aún tierna movía las primeras brisas. Aquel aire inundaba mis pulmones y vigorizaba mi alma alicaída. Pese a no poder borrar el postrer resquemor de la culpa, la fascinación de la marina desataba mi imaginación fantaseadora como un lenitivo compensatorio. Hollaba la arena blanda, inscrita por múltiples huellas de gaviota, recorriendo de arriba abajo el confín de la bahía, hasta que mis sueños se agotaban perdidos en sublimadas lontananzas...
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