Una vez tuve un amigo,
amigo de esos tiempos
en los que aún le quedaban
a uno amigos.
El era todo fuego,
yo esperanza dormida.
Amigos en lo bueno
y en lo malo; toleró
mi ignominia y mi deshonra.
Aun en esos instantes del desprecio,
supo compadecerme;
de voluntad no me juzgó.
No vaciló su cordialidad,
supo reconocer lo bueno
que prevalecía en mi alma.
Hoy, rebuscando viejos papeles,
he tropezado con una carta suya.
En ella me tanteaba y radiografiaba,
supo reconocer quien yo era,
tal vez tan distinto a él,
pero no le importó.
Hoy camino de la vejez,
me consta que en otro tiempo
tuve un amigo, que supo atisbar
mi esperanza dormida
y el hombre singular que yo sería.
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