El monarca del Averno
fustigó mi carne flaca
con su rabo negro.
En mis ingles sus ascuas
abrasaron como infiernos.
La voluntad sin causa,
los celos por sentimiento.
Solo mi ardor ciego,
y la urgencia de un falo enhiesto
tras la voracidad del sexo.
Derramar la savia blanca
en el volcán de fuego
hasta consumir el anhelo
que la pasión no abarca.
Desplomarse del cielo al suelo
y reconocerse inane y mudo
mientras se escucha sarcástica
la triunfal carcajada del cornudo.
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