Venceréis, pero no convenceréis

Se ha estrenado recientemente en los cines una película referente a Unamuno, en la que ocupa especial protagonismo el acto celebrado, a principios de la guerra civil, en el paraninfo de la universidad de Salamanca. Estuve en Salamanca y visité esos entrañables rincones unamunianos, la universidad, el palacio rectoral, donde residía, asi como su vivienda particular, algo más distante de ese centro neurálgico salmantino. De aquella ceremonia del 36 se recuerda el enfrentamiento con el general Millán Astray, emblemático  legionario en el que parecían converger todos los pundonores castrenses. Se sabe que el careo fue encarnizado, estableciéndose una rotunda disensión en cuanto a la cuestión española y que concluyó con el célebre "Venceréis, pero no convenceréis". No sabemos si el militar herido en sus convicciones llegó a desenvainar el sable. Se dice que Unamuno tuvo que abandonar la sala bajo la protección de la mismísima doña Carmen Polo, esposa del generalísimo.
Otra de los pormenores que he escuchado en alguna de las mesas redondas que se han celebrado al propósito, es la evidencia de que el escritor acudió al acto con una carta guardada en el bolsillo de su levita. La firmaba una mujer: Enriqueta Carbonell. En ella rogaba a Unamuno para que intercediera para recobrar a su marido, desaparecido durante los primeros meses de la guerra. Se llamaba Atilano Coco y era pastor protestante en Salamanca. Siempre se ha hablado de las simpatías del escritor hacia la Reforma. Acaso en el vínculo amistoso con este clérigo puedan explicarse alguna de las claves.

El destino me deparó la circunstancia de conocer a Enriqueta Carbonell y a la propia hermana de Atilano, Noemí Coco. El hecho se dio porque los tres asistíamos a los cultos de la iglesia evangélica española, en la calle Maestro Caballero, de Alicante. De Enriqueta conservo un recuerdo infantil, pues debió fallecer hacia mi pubertad. Esposa y cuñada vivían en una humilde casa del desaparecido barrio del Garbinet, donde tuve oportunidad de visitarlas en unas cuantas ocasiones. Como yo era un niño, sus amargas circunstancias vivenciales seguramente no me fueron claramente manifestadas. Solo más tarde con el trato más prolongado con Noemí Coco me fueron expuestas más descarnadamente la trágica vicisitud de la muerte violenta de Atilano Coco. Unamuno poco pudo hacer por un amigo que, cuando él presentó sus quejas, seguramente había sido ajusticiado y asesinado. Tal historia, como la de esa España incivil y desangrada, presenta muchas ramificaciones que aún conviene vivirlas en lo privado, en esa intrahistoria que a cada uno corresponde, pues nadie puede alardear de poseer una verdad irrevocable.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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