Decía Sábato que la novela es el vehículo de conocimiento más adecuado para escudriñar la verdad. Más allá de la filosofía y la ciencia , la novela abarca, desde su subjetivismo, facetas analíticas vedadas a las anteriores para escarbar en lo más profundo. En ella se aborda de modo más pormenorizado el axioma délfico-socrático del "conócete a ti mismo". Sólo desde este íntimo conocimiento podemos acceder a comprendernos en nuestra totalidad.
Oigo el compacto de la "Heroica" grabada por Klemperer. En ella se atisba la verdad de la revolución romántica, con cuya voluntad Beethoven implantó sus premisas. También se ensalza al héroe en el nuevo individuo, encarnado en Napoleón. Napoleón no buscaba la verdad sino la contingencia del poder, con eso le bastaba para satisfacer su ego. Hoy vivimos en un mundo donde se ha disipado, relativizado, la verdad. Se habla de la posverdad que no es sino un eufemismo de la mentira. Observando la deriva de la elecciones en Estados Unidos se da uno cuenta de la orfandad del individuo en esta polarización de intereses contrapuestos. Se plantean dos concepciones del mundo. Se tilda a una de tradicional, de progresista a la otra. Pero desde que Einstein concibió lo del universo relativo, cabe la duda al enjuiciar postulados tan contradictorios. Como individuo me siento naufragar. Como el Padrino, no quiero ser una marioneta en manos de los poderosos. Hoy me sentía ávido de "verdad". En todo este laberinto de controversias a qué podemos aferrarnos, con qué evidencia contar para que no nos engulla la turbulencia del despropósito propagado por los manipuladores de opinión. En mi periplo sabatino descubro un pequeño librito que capta poderosamente mi atención como si se tratara de un aldabazo del destino, lleva por título La búsqueda de la verdad, de San Agustín. Consuela saber que hubo alguien antes de nosotros que padeció la misma sed por encontrar no ya un concepto inmutable sino una evidencia viva, piedra angular de cuanto nos rodea. Quizá la verdad, como bien postula San Agustín, admita una única evidencia: el amor. Pues con éste se manifiesta la poderosa energía que hace rodar el mundo. Y solo en ella se puede alcanzar a ver el rostro de la verdad, de Dios.
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