No tengo una biblioteca tan selecta como la de Luis Alberto de Cuenca,
pero igualmente me extasío observándola.
Los volúmenes de obras completas Aguilar,
los de la biblioteca clásica Gredos,
los estantes donde se alinean los libros de bolsillo de filosofía,
los de literatura hispana y sudamericana,
los de historia antigua que tantas satisfacciones me han dado,
las baldas de filología y critica literaria,
la estantería de historia del arte
y esas otras más pequeñas donde se almacena de todo un poco:
la poesía en mi dormitorio,
la literatura extranjera y en otros idiomas,
y la leja que ya reservo a las primeras ediciones.
Pienso que tengo suerte,
pues los libros siempre han sido mis fieles compañeros
y han confortado 63 años de angustias y soledades,
de amargos cálices reservados a los hombres del montón.
Quisiera llorar, con Withman, pero no puedo,
compartir con Bukowski su desolación
frente a las cenizas de la biblioteca pública de Los Ángeles.
Doy gracias porque ha pasado el tiempo
y mis libros siguen junto a mí,
quizá sean un lujo de burgués
pero han sido adquiridos con el callo del proletario.
Que gozo cada mañana levantarme y reconocer
que a mi espíritu le quedan muchas lecturas con las que alimentarse.
0 comentarios:
Publicar un comentario