Todo artista se siente presionado por las influencias. Un escritor no es sino el bagaje de sus lecturas. Pero, como bien dijo Nietzsche, leer a otros no es sino evadirse de uno mismo. Al cabo, uno tiene que mirarse en el espejo y tomar conciencia cabal de su razón más íntima. De ahí debe derivar su literatura, consciente en cuanto a sus límites y del mapa de su ubicación en el calderoniano Gran teatro del mundo. Hay que saberse quién se es, lúcido respecto a sus raíces y sus aspiraciones. En literatura es fácil perder el norte, dejándose confundir por la sombra proyectada por diversos genios que te tientan con emularlos. Hay, en el orbe de las letras, personalidades tan vampíricas que tratan de anonadar tu sustancia. Destinos como el de Mishima, o las derivas nihilistas de Bukowski, Celine, Camus, Onetti, con aclamado consenso entre los escribidores de hoy, que se inmiscuyen en tu trayectoria, dejándote en la incertidumbre de una encrucijada, hasta hacerte olvidar tu sendero natural. Ante todo sé tú mismo, aunque tu modestia no trascienda de esos pocos felices de Stendhal y tu obra deba contentarse con su digna soledad.
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