Cuando se ha sangrado de pasión
cualquier otra herida es fría como muerte,
fría como el acero enemigo
que trata de ahogar el pulso ardiente
que todo lo arrebata.
Cuando se apaga la pasión,
vivir es caminar muriendo,
mirar cuanto nos rodea
con la ceguera del cadáver,
con la indiferencia del tiempo sin objeto.
No hay mayor voluptuosidad
que sucumbir en la reyerta
nocturnal de dos aceros encontrados
por la propiedad de la hembra,
unciendo perpetuos lazos
de crimen y de celos,
en un rito de fertilidad y muerte.
Si has apurado hasta las heces
el cáliz candente del deseo,
no encontrarás paliativo
que supla su narcótico.
Triunfar en duelo por la carne
es vencer en ese instante
toda la futilidad del hombre,
la insignificancia de su trance pasajero.
Sólo si ganas a la hembra
por acero y por la sangre
vivirás el apoteosis de la carne.
0 comentarios:
Publicar un comentario