Hay un recoleto patio en Córdoba
y en medio de su jardín, una fuente.
La belleza de su labra parece tosca,
el gozo está en lo que por su caño vierte.
Su manar no es moroso como arrullo
ni altanero y de chorro vivo,
no es manso ni tampoco altivo,
no llega a estrépito sin ser murmullo.
Su voz es clara y comedida,
de frase corta pero cristalina;
invita el arpegio de su frescura
a saciar la sed del alma pura.
Me recojo solo en una banco
para seguir silencioso su escritura,
y me habla con lánguida ternura
de presente dicha ajena de quebranto.
No dejaría jamás de escuchar su canto,
la gracia delicada de su melodía,
el claro mensaje de su heraldo
proclamando renovada alegría.
Su risa de piano tintinea
en la pila con sutil monotonía
de cristales. La mañana reverbera
en el agua estremecida.
Creíame a solas con tan íntimo mensaje,
que sólo para mí fluía su transparencia sonora,
sin darme cuenta que en un banco aparte
a un alma de mujer un mismo manar sazona.
¿Supondrá para ella el mismo bálsamo
aquel claro discurrir del agua?
¿Restañará sus heridas el mismo canto
que sutura las penas en mi alma?
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