1 de noviembre, día de difuntos. No he acudido a poner flores en la tumba de mi padre, porque he considerado que el cementerio estaría congestionado. Me acercaré a honrarlo más adelante, cuando su recuerdo me llame a ello. Este 1 de novienbre soplaba un cálido viento poniente; molesto porque soplaba caloruso cuando sus ráfagas, a estas alturas del otoño, deberían ser frescas. En tales condiciones el cuerpo anda como alterado. A la mente se vienen viejos recuerdos, inquietos pensamientos. Hasta que uno se harta de ellos y los ignora. Pienso que, a lo largo de la vida, escribir es una de las cosas que me ha dado mayores satisfacciones. Comprendo que he de seguir el hilo de la literatura y ponerme en marcha publicando algo nuevo que no quiere decir que sea novedoso. Seguramente el nuevo libro lo constituyan una seleccion de los poemas escritos durante los últimos años.
He perdido un cuadro en una subasta de internet; me contraría pero me sobra capacidad de renuncia; se titulaba el día y la noche, y representaba a dos mujeres en hierática pose egipcia, y en una composición y colorido cubistas. Me ha faltado fe, creía que en los últimos minutos de la subasta la cotización se elevaría por las nubes. No ha sido así. El afortunado ganador se ha llevado una ganga. El pintor era un polaco desconocido, pero dominaba el oficio y no le faltaba talento. No ha podido ser. Otra vez será.
En la tarde esucho una entrevista que le hizo Dragó a Trapiello, hace ya muchos años. En ella este último se decanta por los escritores que prosiguen la escuela cervantina frente a los barrocos quevedescos. Convengo en que es difícil optar por unos en detrimento de los otros. Cosidero el Quijote la mejor novela de la historia, pero no desdeño por ello la Vida del Buscón. Me parece redonda La Busca de Baroja pero me quito el sombrero ante La corte de los milagros de Valle Inclán. Quizá sean las Sonatas de Valle lectura para pedantes, no aptas a la sensibilidad de todos como acaso lo sean los Episodios nacionales, pero suponen el ejercicio literario más bello de nuestra prosa. Recuerdo con gozo mi lectura juvenil de Trafalgar cuyo encanto seduce a los muchos. Diría a Trapiello que la ubicación entre esas dos corrientes no se elige, se nace para una u otra. En mi caso, ya en la juventud caí bajo la seducción de Quevedo y su mordacidad estilistica. Apreciaba la bonhomía cervantina, pero la hilaridad -faceta muy apreciada por un joven- que ofrecía el Buscón me ganó para su causa. Soy de una tierra de grandes prosistas, Azorín, Miró, etc (digo etc porque no sé a quién más incluir) y reconozco que la misma esencia de mi tierra me lleva a buscar ese estilo vital y luminoso, colorista y epicureo. Agrego que el realismo de Galdós me resulta un poco cargante en Fortunata y Jacinta, que confieso dejé de leer porque no pude congeniar con esa hartura de modismos madrilenos. Tristana, en cambio, me satisfizo mucho. Creo, en suma, que uno no es libre de definirse por una u otra de estas corrientes. La sensibilidad es innata, el mismo temperamento te define.
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