En el camino de Sicar,
junto al pozo que Jacob
legó a su heredad,
se detiene un caminante.
Sus labios resecos están
por el castigo del sol
y el polvo que acompaña su andar.
Mientras descansa,
se le acerca una aguadora
a quien pide de beber.
Samaritanos y judíos
no se tratan entre sí.
Tal recuerda la mujer
a quien toma por rabí
y en quien choca el proceder.
Si supieras, dice él,
quien te pide de beber,
y de esa misma agua
tú me pidieras
para saciar la sed,
yo te daría el agua de la vida.
Y cómo, señor, responde la mujer,
te podrías abastecer,
si para sacarla no tienes con qué,
y el pozo bien profundo es.
Te digo, mujer, que del agua
que yo te daré
no tendrás sed jamás.
pues será fuente que fluya,
en lo hondo del corazón,
fresca de eternidad.
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