Unos hombres de Galilea,
laborando en una barca,
recojen los aparejos
tras la jornada de pesca.
Vuelven a Capernaum,
en donde tienen morada,
cuando el cielo se ensombrece
con carbones de tormenta
y la mar se riza brava
mientras la barca zozobra.
El viento sopla furioso
en tanto arrían la vela
y sus vidas a Dios encomiendan.
Se abre un claro en el cielo
por donde la luna alumbra
la mar tempestuosa y expuesta.
Sobre la turbulencia del agua,
una silueta humana
camina en pos de la barca.
Los pescadores, atónitos,
no dan crédito a sus ojos.
Cuentan con que tal prodigio
se desvanecerá por sí solo,
cuando una voz familiar
les anima a no temer
y a hacerle un lugar a bordo:
--¡Soy Jesús, gozaos, amados!
Porque a quien de cierto cree,
hasta la mar se somete.
--¡Maestro, sálvanos que perecemos!
--Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?
Y Jesús clamó a gran voz,
y la tormenta amainó.
--¿Quién será éste, dijeron,
que hasta se calma la mar
y le obedecen los cielos?.
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