Domingo por la tarde. Es la hora de la siesta pero permanezco inquieto. Me resiento de la inactividad de la jubilación. De jubilado puedes sentirte como un cero a la izquierda de la fuerza productiva o un privilegiado que goza anualmente de unas vacaciones pagadas, en la estación que sea. Según consideres una u otra perspectiva te sentiras afligido o eufórico. Las horas de la jubilación pasan levemente; no quisiera creer que lo hacen cualitativamente estériles. Leo algo; escribo menos de cuanto quisiera; camino menos de lo recomendable. Engordo. He recuperado la costumbre de beber una copa que otra. Si bebo un poco de más, se perjudica la tarea intelectual, además de la salud. El volumen de la creación mengua. La pereza me inhibe de abordar la página en blanco, Hablando con un amigo, me contaba que Bukowski no carburaba si no ingeria una cierta cantidad de whisky que excitara sus neuronas. Garcia Márquez puso en peligro su salud con dosis abusivas de tabaco mientras gestaba sus Cien años de soledad. No sé si Hemingway ayudaba su tarea con algún trago. Balzac pereció de sobredosis de café, Baudelaire esnifaba. Yo he escrito casi toda mi obra sin ayuda de estimulantes, salvo alguna taza de más de nescafé que me reconfortara. Ello prueba que toda obra se gesta- creo que decía Nietzsche- aun contra la adversidad. Llevo entre manos a día de hoy unos folíos relacionados con el jazz. Su temática, tan melancólica como un blues, me invita, tras releer El invierno en Lisboa y El perseguidor, a acompañarla de algún whisky. El caso es que cuando bebo whisky, bebo whisky- que diría Michellin Flynn-, y cuando escribo, escribo. Es difícil compaginar ambas cosas. Si el escrito rebasa las dimensiones de un cuento, significará que habré bebido unas copas de más. Pero hay algo que me dice que debo concluirlo. Tal vez porque llevarlo a cabo representa un reto, desafiante y difícil.
A estas alturas de la vida, y en la soledad, cobra un mayor sentido, casi primordial, la religión; quizá porque se sea más consciente de la fugacidad de las cosas. Admiro cada día más a las personas entregadas a ella, sienpre que no la emborronen con comportamientos poco éticos. Hay personas entregadas a Cristo que transpiran virtud, y eso se nota; irradian sensaciones positivas. Busco vías por donde acercarme al misterio de la fe. Busco en las artes ejemplos que me lo revelen. Acudo al cine, a los libros, a la música. Por un tiempo me sedujo la música de Parsifal, hasta que averigüé que en ella intrigaban elementos esótericos inescusables, acariciados aun por el propio Wagner. Eso de acercarse a Dios mediante subterfugios y no cara a cara es algo que no acaba de convencerme. ¿Será el Grial un cáliz para redención o para confusión? No esperé que Steiner me lo revelará, eso sería enredar el palangre, que acaso sea una de las argucias de satanás.
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