No hay más entrega válida para el Señor
que renunciar por entero al sí mismo.
Decir que mi "yo" es superfluo,
con sus penas, sus gozos y sus vericuetos.
Debes decir no al anhelo, al morbo, a la concupiscencia,
esos firmes pilares sobre los que lo sostengo
y limpiar el cuerpo de pecado.
Ay, me mataron el capricho de mi seno,
el sinsentido de mis cuitas,
mi hambre más entrañada.
Desde entonces no me reconozco,
¿Madurará otra semilla,
otro anuncio de afecto pleno?
Porque renunciar a mí
es como renunciar a sentir;
elevar ese impulso, concentrado en la parte,
a la plenitud del todo.
¿Acaso un cuestión de cifras y modos,
o una tergiversación de pronombres?
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