He tenido un sueño.
No sé quién cuenta los sueños,
pero dicha voz traslucía el reproche.
Trataba de declararme
la realidad de mi condición.
Una condición que, como la de tantos,
no es un modelo acrisolado.
Tengo mis debilidades, mis lacras,
mis soberbias, mis deslealtades.
Pero no me olvido de Dios,
así me enseñó mi padre.
De cuando en cuando repaso
el Salmo 91; era su preferido.
Es un Salmo que invoca la protección,
que Dios garantiza.
Toda protección, sin embargo,
tiene un precio,
que se lo pregunten si no a Luky Luciano.
No acaba de convencerme
pactar mi seguridad,
a cambio de la libertad.
Proclamaba el himno de los Tercios viejos:
Solo es libre el hombre que no tiene miedo.
¿Entregaré por temor al enemigo
el baluarte de mi íntimo anhelo?
Esto lo pienso desde la estabilidad;
no será lo mismo
cuando vengan mal encaradas.
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