Sólo una letra separa a la mujer pura de la puta.
Nadie enmendará mi opinión de que tras el coito
sólo persista la orfandad de la muerte.
Ahora acierto a comprender
por qué a copular llama el vulgo
echar un polvo. La mujer
es polvo y sólo polvo puede trasmitir;
a ellas debemos el barro que nos forma,
ese barro indestructible
del que la jovial ciencia nos convence.
Y el alma, ¿es inmortal?
Si es un don del neuma de Dios,
participa de su esencia
y su misma existencia comparte.
La carne para nada aprovecha,
la palabra es espíritu y es vida.
La conciencia que somos, el ser puro
es un atributo que sólo Dios nos da.
Si la materia permanece
y divina es la consistencia del alma,
compartimos el mismo enigma
que confiere razón al universo,
y de cuyo propósito participamos;
procedemos del mismo útero
que da matriz al tiempo
y en el misterio de su ciclo
nos englobamos. Juntos
caminamos hacia un destino necesario,
de lo contrario sólo cabría
la vanidad y el absurdo,
la duda de un perplejo ¿Para qué?
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