Acabo el día de Reyes viendo el DVD de la Taberna del Irlandés, de Ford. Irremisiblemente Ford es un proscrito de la seudocultura de hoy. La azotaina final que John Wayne propina a su partener en la película haría tirarse de los pelos a la plana mayor del feminismo atávico. El viejo Duke en la España actual purgaría tras las rejas. Consolémonos con que las costumbres han ido variando con el transcurrir de los siglos.
Planeo el retorno a Madrid. Si Dios quiere, dentro de un mes patearé de nuevo sus calles llenas de historia, historias y recuerdos. Espero que este sea el inicio de la reanudación de mi vida viajera. Es posible que se dé alguna escapada al extranjero. En cuanto pueda, pienso retornar a Italia. Cuando encuentro algún conocido, durante la conversación siempre se trata de las vivencias mutuas que suscita la península itálica, añorando sus delicias y la conmoción que provoca su arte, en cualquiera de las disciplinas. Durante las festines navideños se me planteó la posibilidad de visitar el extremo oriente. Eso sería demasiao; como dar un giro copernicano a la vida. Si tal milagro se diera, estudiaría la posibilidad de dejarme caer por Australia y Nueva Zelanda o cumplir ese sueño dorado de visitar la Polinesia francesa. ¡Veremos a ver!
A día de hoy, disfruto de mis días, dejándome llevar por el río inefable de la música; me dejo acunar por el adagieto de la 5ª de Malher, en una copia en vinilo del soundtrack de la Muerte en Venecia de Visconti, conducida por Franco Mannino. En mi vieja cadena suena de cine. A día de hoy creo que el 50% de la película debe su fascinación a la belleza de esta música, que escarba con su melodía en los anhelos del alma; es como un Tristán e Isolda más ruboroso. De mi primer visionado de la película salí embriagado. Supongo que sufrí el trance de la emoción estética, que es algo así como un síndrome de Stendhal placentero aunque exacerbado. No se si se debió tal trasposición a la vaporosa fotografía, a la exquisitez aristocrática de los ambientes que conmocionaron a un hijo del proletariado, o al paroxismo espiritual de la música, última sugerencia por la que yo me inclino. El adagieto me embriaga tanto como Bellini, cuya Norma no paro de escuchar en una vieja grabacion de María Callas, así como también I Capuleti e i Montecchi, donde me abruma el Romeo interpretado por Agnes Baltsa. No paro de encontrar matices, inesperadas nuevas delicias que se descubren tras de cada audición.
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