Hoy, 10 de febrero de 2024, he realizado una excursión a Segovia. La ciudad parece vivir, así como Toledo, del turismo, procedente en su mayor parte de Madrid y compuesto por una muchedumbre heterogénea que busca ese matiz peculiar de lo que significa España. Como Toledo, Segovia también rebosa historia; su fundación parece remontarse a los romanos, quienes construyeron su monumento más significativo: El Acueducto. Logradísima obra de ingeniería que se ha mantenido en pie desde hace casi dos milenios. Dos polos dispares atraen en la ciudad al visitante, el monumental y el gastronómico. Numerosos ejemplos se suman al primero de ellos, haciéndonos admirar el románico de sus iglesias, las tracerías góticas de los ventanales en algunas moradas, la belleza de sus plazas seculares, y la singular arquitectura en muchos de sus edificios, entre los que destacan la casa de los Picos y los palacios cuyas fachadas realzan la plaza de Juan Bravo, acaso la más sugestiva de la ciudad. Sobresale entre los itinerarios posibles de la misma el viejo barrio de la judería, ceñido por las pretéritas murallas medievales y con unas vistas imponentes sobre el barranco donde otrora discurriera el Eresma. Y, claro, no pueden faltar las tres joyas monumentales que la caracterizan, contando con su plaza Mayor: el Acueducto, la Catedral, y el Alcázar.
El otro polo, el gastronómico, goza de numerosísimos ejemplos diseminados por la urbe, donde afamados restaurantes ofrecen su menú más típico, compuesto de judiones, cochinillo asado y ponche segoviano como postre. A los pies del Acueducto se sitúa el establecimiento de más renombre, Casa Cándido, cuyo legendario fundador enseñaba por televisión a los españoles de pasadas décadas a preparar, servir y saborear el cochinillo.
Es recomendable visitar casi todos sus monumentos. Admirar el Acueducto en su prolongada extensión, visitar las joyas de la Catedral, y la significación histórica del Alcázar. Pero junto a éstos indispensables emblemas segovianos, la ciudad ofrece otras opciones, acaso más modestas pero que suscitan también interés. Entre ellas se encuentra las casa en la que habitara durante sus tiempos como profesor en Segovia el poeta Antonio Machado. Nos es Segovia la única que recoge esta memoria del itinerario machadiano; la secundan Soria, donde subsiste el aula del instituto donde dio clase y la iglesia en la que contrajo matrimonio con Leonor, y Baeza (Jaén) donde creo que asimismo se conserva la modesta clase donde ejerció la docencia. Pero en Segovia, ya digo, este espacio lo reclama la modesta pensión donde habitó. Había visitado el lugar en un viaje precedente, pero esta vez lo encontré algo cambiado. Parece ser que las autoridades municipales y culturales han comprendido la importancia que para la ciudad reviste el haber tenido al poeta de Campos de Castilla como huesped. Y al parecer han decidido actuar en consecuencia. De la visita de años atras recuerdo una morada viejísima, algo desasistida, de la que sólo llamó mi atención el humilde cuarto del poeta. En mi reciente visita, nada más entrar me tropiezo con una estanteria nutrida de libros y objetos de índole machadiana. Existe una taquilla donde exigen abonar una cantidad al visitante como entrada, que incluye un servicio de audio guía por el que una voz impostada te va poniendo en antecedentes de los pormenores de la vivienda y las vicisitudes del poeta
Pertenecía el inmueble a una casera de nombre Remedios, aunque quiza mi memoria yerre, dama pulcra y `pundonorosa que hospedó al venerable poeta, a quien tras su muerte procuró que su recuerdo perdurara en las estancias, cuidando los objetos y documentos que le pertenecieron. Hoy día en la casa, además de haber sido tomada por el reclamo turístico, se reconoce que se han volcado en ella las entidades culturales ciudadanas. Sus rincones rebosan homenajes de todo tipo, descriptivos o fetichistas, tratando de transformar la figura del poeta en sujeto de curiosidad e interés hasta para quienes no han leído un poema en su vida.
Durante mi periplo por la casa, llena de objetos que probablemente muchos de ellos no estuvieron a la mano de don Antonio, lo que más me impactó fue el aseo. Una toilette que me recordaba las precarias condiciones de los aseos de antes, paupérrimo y destartalado, con un lavabito y un water descarnado, coronado por una desportillada cisterna de esas de cadena, anteriores a los usados en los últimos lustros del pasado siglo. Desgraciadamente, se me antoja que ese Machado anterior a la II ª República no gozaría, ni en tan misérrimo estado, de los beneficios que la marca Roca prodigó por la geografía nacional, y tendría que conformarse con un ominoso retrete de ladrillos o argamasa seguramente, al que habia que anegar con pozales de agua para que los detritus discurrieran por los inadecuados desagues. Seguramente, Machado, en su modesto dormitorio, frente a la cama de barrotes metálicos, dispondría de una jofaina con los que cumplimentaba sus enjuagues y abluciones, a los que se restringía el breve aseo de otros tiempos. Pero, ¿ y la poesía? Como el poeta sabía encontrarla en las pequeñas cosas, no le quedaba más que escrutar a través de las ventanas y reparar en los tejados musgosos de las casas bajo los que se esconde la vida castellana. De esa Castilla que estremecía el corazón de los noventayochistas.
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