Amé mucho sin consuelo;
aún lo recuerda el seco paladar,
la huella lacerada de la memoria.
Una mañana dejó de sangrar
su fría herida, cesó de fluir
su flujo por mis venas.
Tantas veces me digo que ya
no la quiero, aunque sólo
en el corazón late su recuerdo.
Su raíz caló profundo,
se confundió con los jugos
de mi alma; su nombre
entreabre los goznes del deseo,
el amor que creía ya marchito
florece en un cáliz de magma
y primavera.
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