Oigo una reflexión breve de Javier Cercas por You Tube o Facebook. En ella, considera que el lenguaje literario debe ser claro, directo y sencillo, comprensible a una mayoría de lectores. En cuanto que todo discurso de difícil comprensión encubre el engaño y el fraude. Insiste en que a día de hoy nuestra Real Academia defiende el mismo postulado, una institución de la cual Cercas parece ser ya miembro. Esta premisa, la de la claridad discursiva, que, a primera vista, parece bien fundamentada y lógica, sin embargo plantea bastantes objeciones. Pues en primer lugar traza una línea crítica que discrimina nuestras historia literaria. No obstante, convengo en que una buena parte de las obras que más celebro y admiro fueron escritas en ese lenguaje conciso y diáfano que demanda Cercas; cabe citar como ejemplo Platero y yo, con su estilo pulcro y franciscano; El viejo y el mar, que sintetiza el mejor Hemingway; además podríamos mencionar el Siddartha de Hesse o el extranjero de Camus, entre otros. No son pocos los que buscan en esta claridad y concisión un ideal de estilo, el párrafo eficaz y desnudo de adjetivos
Pero siento contrariar a Cercas, recordándole que frente a los cultivadores de este estilo morigerado. se descubre a otros que practican otro bastante opuesto. Cabría argüir que cómo juzgaríamos nuestro siglo de oro si nos aferrásemos a esta premisa. No hay duda que Góngora era un poeta oscuro; no menos habría que considerar a Gracián, en cuanto a la prosa; de Quevedo convendremos que es todo menos fácil en su ironía conceptista e igualmente barroco en su Vida del Buscón, llamado Pablos. Los tres, figuras decisivas de nuestra literatura, que la Real Academia hace ya siglos tomó como modelos del buen castellano. Mas sin remontarnos a autores tan señeros y lejanos, qué haríamos con escritores mas actuales y estimados como nuestro Gabriel Miró, Cela o Valle Inclán, tan aficionados a rizar el rizo del lenguaje. Qué sería, también, de buena parte de los poetas de la Generación del 27, del mismo Lorca con su Poeta en Nueva York, con Neruda, con Carpentier y Lezama Lima, con el estilo ambiguo de Onetti, y el suntuoso de Mujica Lainez, con el Faulkner de Mientras Agonizo, o con el Ulysses de Joyce, para no seguir enumerando. ¿Eran todos defraudadores, pretendían confundirnos o engañarnos?
Por mi parte, reconozco que el "concepto literatura" es tan amplio, que permite conjugar los más dispares estilos, los lacónicos y los floridos, los conceptuosos y los límpidos. Quizá Cercas confunde el ámbito literario con ese otro, siempre en candelero, de los círculos próximos a nuestras altas instancias políticas, donde allí sí, burdamente, se manipula, se tergiversa, se denigra el lenguaje en pro de los más burdos objetivos.
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