Bajo el cielo nebuloso
atardece entre gris melancolía,
siquiera suena una campana
que de a la tarde una esperanza.
No voy solo, voy conmigo.
Miro al cielo que comienza
a derramar las primeras gotas;
me veo pertrechado y decidido
a resistir el seguro aguacero;
ya noto humedad bajo las botas.
Es invierno. El frío ha espantado
a los ociosos y ahuyentado
de los umbrales al mendigo.
El invierno es para los solos, me digo.
Por la calles mojadas uno no tropieza
conocidos en las encrucijadas, pesa
en el ánimo el suceder de los días
y en las iglesias escasean los devotos.
¡Qué mala es la lluvia
para quien tiene los zapatos rotos!
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