DEMOCRACIA Y TOTALITARISMO: II

Esparta constituye ese otro ejemplo notorio en la antigüedad del estado totalitario, donde desde el nacimiento a la muerte el individuo permanecía ligado a su polis de forma determinante. Lacedemonia, que también así se la conocía, era el ejemplo más eminente de estado en el que una minoría señoreaba sobre el resto de la población. Una clase dominante, la de los spartyatas, dorios que ocuparon la Laconia en migraciones precedentes, prevalecía sobre las demás clases que componían esta compleja sociedad, como el caso de los periecos y los ilotas; estos últimos esclavos, a los que se mantenía en condiciones de servidumbre más que ignominiosa.

El individuo desde una primera edad era arrancado del seno de su familia y pasaba al servicio del estado, quien desde entonces se ocuparía de su educación, encaminada sobre todo hacer de él un individuo útil a la comunidad. Y en una sociedad belicosa como Esparta, el cometido no era otro que hacer de él un guerrero, un spartyata. La eficacia de esta formación tan solo se contrastaba en función del éxito bélico, pues el orgullo del común espartano era alcanzar en la batalla la victoria o la muerte.
Todo en la sociedad espartana giraba en torno a esta ley tiránica de predominio, en la que solo los mejores gozaban de los austeros beneficios que esta sociedad militarizada podía ofrecer. También la cultura participaba de este interés común, y todos los ejemplos de sus letras y su arte no pueden compararse ni por asomo con el esplendor de Atenas. Pero, curiosamente, en la antigüedad esa misma Esparta era la más admirada. Jenofonte pasó sus últimos años en Esparta, convertido en un espartano más. Platón la tuvo en cuenta para su estado ideal, en La República. Aristóteles la ponderó en sus constituciones, etc.

Finalmente, Esparta sucumbió bajo el peso de un status que no se podía mantener, victima de su propia idiosincrasia y de sus carencias; en la esterilidad  en la que devienen la autocracias en los estados totalitarios. Nada reseñable ha sobrevivido de sus ruinas; nada que encomiar de su arte, de su ciencia, de su arquitectura. Sólo ese enérgico orgullo guerrero que decidió la suerte de Grecia, y supuso para Europa un norte duradero, en las Termópilas, Platea y sus demás gestas guerreras.
Compartir en Google Plus

Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

  • Image
  • Image
  • Image
  • Image
  • Image

0 comentarios:

Publicar un comentario