ORIENTE Y OCCIDENTE

Oriente y Occidente son los dos ámbitos donde se ha desarrollado el proceso de la historia.  Pero ¿qué son en realidad estos dos conceptos? Encarnan,sí, la fuerza viva-histórica-que ha dado conformidad al acontecer humano. Son dos polos que en su dialéctica han prefigurado la realidad que nosotros conocemos y de la que participamos. Son aún más: dos culturas dispares, dos conciencias distintas que determinan el modo de ser de los pueblos, sometidas a todas las contingencias que plantea el avatar de la existencia. En sí, son dos conceptos que parecen excluyentes, dos concepciones del mundo que se repelen y atraen, entre el diálogo y la pugna, tratando de vadear lo mejor que pueden las corrientes turbulentas de la historia.

En la antigüedad estos dos conceptos abarcaban unas realidades bastante más limitadas que las que hoy los conforman. Occidente lo enmarcaba la cuenca norte del Mediterráneo hasta lo que hoy conocemos como Grecia, y el Oriente se integraba desde la costas jonias de la actual Turquía hasta los montes que delimitan el país de los ríos, conocido por los griegos como Mesopotamia. En estas dos áreas, incluido ese Egipto sureño que viene a participar más de la cultura oriental que de la occidental, se vieron desarrollarse las civilizaciones que dieron configuración al mapa  donde se jugó la suerte de ese mundo. En todo desarrollo de los pueblos parece existir la voluntad de dominio, y ésta es la que vino a prevalecer en ese dilatado proceso de influencia y predominio. Por mucho tiempo oriente pareció tener ganada la partida a occidente; en él se vieron desarrollarse los grandes imperios y culturas antiguas: el Egipto milenario, Asiria, Babilonia, Media y por último Persia, que bajo Ciro fundó el imperio más extenso conocido hasta entonces en la Tierra. Pero su misma extensión hacia de él una entidad descomunal, poco menos que ingobernable. En su sed de dominio, siempre ávido de nuevas fronteras y tributos, tropezó con un pueblo marinero que emergía y que había extendido su influencia por todo el Mediterráneo occidental y aun en las costas jonias, limítrofes con los territorios del gran rey de reyes. A partir de ahí surgió ese conflicto de civilizaciones que iba a condicionar la evolución histórica del mundo antiguo. Primero fue Dario, quien trató de someter a los griegos, perdiendo su oportunidad en Maratón; luego vino su hijo Jerjes, que vio perecer su multitudinario ejercito en Salamina y Platea. Desde entonces los jerarcas orientales renunciaron a la conquista, y limitaron sus políticas a otras estrategias que les dieran resultados más provechosos y menos expuestos. Pero esta prudencia, soló facilitó que los griegos se fortalecieran y buscaran una alianza con la que combatir con garantías al imperio persa. Aunque esto sólo se saldó con la implantación de un nuevo imperio: el de Alejandro Magno, el joven rey macedonio que acaudilló la causa de occidente hasta la impensadas orillas del Ganges. El sueño de Alejandro tal vez fuera del de crear un mundo sin fronteras, y para ello era necesaria  la simbiosis de Oriente y Occidente. Esta sería la buena fe de Alejandro, quien se orientalizó; pero sus generales, tras su muerte, creyeron otra cosa, y trataron que el occidente engullera al oriente. Entonces sólo prevaleció la fuerza de la conquista, el credo de la espada, que era la única deidad que adoraban estos diádocos. Alejandro llevo al Oriente el legado filosófico griego, pero ninguna realidad espiritual que pudiera desbancar a la religiosidad oriental, de modo que el influjo alejandrino en oriente solo fue superficial, atendiendo sólo a formales aspectos de la cultura y la moda.

Porque para que esa dualidad insoluble en algún caso se desvaneciera, hubo de esperar el paso de toda una nueva civilización, del imperio más poderoso de la antigüedad, Roma, y el nacimiento en Palestina, en el momento más esplendoroso de la  historia romana, de un Galileo  que se llamó Jesús y cuya doctrina conjuga en sí esas dos corrientes que parecen excluyentes: Oriente y Occidente. Por eso el cristianismo triunfó y supuso la continuidad hasta nuestros días de ese mundo antiguo, naturalmente renovado.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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